En muchas familias se aprende que el amor se debe. Que, por el simple hecho de compartir sangre, debes estar, cuidar, callar, perdonar, aguantar. C
En muchas familias se aprende que el amor se debe. Que, por el simple hecho de compartir sangre,
debes estar, cuidar, callar, perdonar, aguantar. Como si llevar el mismo apellido te obligara a entregar la vida, aunque el otro nunca te haya ofrecido ni una mirada honesta para pedirte disculpas por sus abusos constantes.
El verdadero amor no nace de la obligación, no crece en la culpa. Y mucho menos florece cuando solo uno da, y el resto recibe como si fuera su derecho natural. Hay familiares que te recuerdan su existencia solo cuando necesitan algo. Que aparecen con discursos dulces cuando hay pérdida, pero se desvanecen cuando tu dolor no les conviene.
Que te piden “unidad” pero jamás han estado realmente unidos a ti. No desde el corazón, sino desde la conveniencia emocional. Familia no es quien comparte tu sangre, es quien se compromete con tu vida emocional. Es quien te mira con verdad, no con deber. Es quien no te exige lealtad ciega, sino que la construye contigo.
Es quien no desaparece cuando estás rota y no se molesta cuando tú decides empezar a sanar, aunque eso implique alejarte de ellos o familiares que fueron tóxicos al grado de romperte. Porque el amor real dentro de una familia no es jerárquico, ni unilateral.
No es: “te ofendo porque soy tu madre”, “estoy aquí sí quiero porque soy tu tía”, sigue soportando porque es tu hermana, «me debes respeto porque soy mayor”, te crítico porque soy tu padre o “deberías agradecerme porque te crie”. El amor auténtico no cobra facturas emocionales. No se usa como moneda de chantaje.
No se entrega con condiciones disfrazadas de afecto. No lastima tus vínculos sagrados, como tus propios hijos o parejas. El amor respeta y habla con lenguaje desde el amor, la compañía y compasión.
Y cuando entiendes esto, cuando de verdad lo comprendes desde el alma, puedes ver con claridad quién estuvo contigo por amor, y quién solo estuvo porque te necesitaba.
Debería haber una cultura que si es de tu sangre des el doble de amor porque es tu creación, no tu oportunidad de destruir lo que haces en esta vida en el nombre del amor. La sangre nos hace pariente pero el amor y la lealtad: familia.
Ahí es donde muchas relaciones familiares se quiebran: no porque falte amor, sino porque sobra abuso emocional disfrazado de cariño.
Yo ya no cargo vínculos solo por el apellido. Cargo la verdad. Y eso, a veces, pesa más que toda la sangre del mundo.