Hay heridas que no duelen por lo que ocurrió, sino por aquello que aún no has podido dejar ir. El perdón, a veces, no llega de golpe, sino en susur
Hay heridas que no duelen por lo que ocurrió, sino por aquello que aún no has podido dejar ir.
El perdón, a veces, no llega de golpe, sino en susurros, en capas que se desprenden cuando el alma, por fin, se siente preparada.
Y tú has cargado mucho. Has callado mucho. Has apretado los dientes tantas veces intentando convencerte de que ya no te importa.
Pero lo cierto es que aún duele. Y está bien. No tienes que perdonar para liberarlos a ellos. Tienes que perdonar para liberarte tú.
Porque el perdón no dice: “lo que pasó estuvo bien”. Dice: “ya no quiero seguir atado a esto.”
No es olvido. Es rescate.
Es un gesto de amor hacia tu paz. Hoy no te obligues a perdonar. Solo empieza por desear no cargar más. Eso ya es un acto de amor.
Recuerda: no los perdonas por ellos, perdonas por ti.
Porque mereces vivir liviano y en paz, aún cuando todavía recuerdas la herida.