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La huella de la ausencia paterna.

Cuando el vacío se convierte en búsqueda. La falta de un padre en la vida de una mujer no es solo una ausencia física; es una herida emocional que, si

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Cuando el vacío se convierte en búsqueda. La falta de un padre en la vida de una mujer no es solo una ausencia física; es una herida emocional que, si no se sana, puede moldear su forma de amar, de relacionarse y hasta tener una imagen distorsionada de sí misma.

En la edad adulta, esa carencia suele traducirse en una búsqueda constante: la de llenar ese vacío con la aprobación, el afecto, la protección y la presencia masculina que nunca estuvo. Muchas mujeres que crecieron sin la figura paterna —ya sea por abandono, distancia emocional o pérdida— desarrollan una dependencia afectiva hacia los hombres. Se convierten en expertas en complacer, en adaptarse a lo que el otro desea, en sacrificar sus propias necesidades con tal de sentirse completas a través de una relación.

La trampa de la validación externa. En lugar de invertir en su crecimiento personal, su formación académica, profesional o emocional, buscar su propio valor como mujer, sus dotes y fortaleza, gran parte de su energía se dirige a la búsqueda de pareja. Cultivan su belleza, su encanto y su disponibilidad, convencidas de que el amor romántico será la solución a ese vacío que llevan dentro.

Postergan proyectos, pasiones o metas porque inconscientemente creen que ser amadas es más urgente que realizarse. Interpretan la mirada o el deseo masculino como una prueba de que «valen», perpetuando un ciclo donde su autoestima depende de factores externos.

Temen al abandono: Esto las lleva a tolerar relaciones poco sanas, a soportar desinterés o incluso maltrato, con tal de no revivir el rechazo que sintieron de niñas.

El tiempo perdido. Lo más doloroso es darse cuenta, años después, de todo el tiempo invertido en buscar fuera lo que solo podía construirse dentro. Mientras otras mujeres avanzaban en sus vidas y hacían cosas de valor, fortalecían su independencia o exploraban su identidad, ellas quedaron atrapadas en un laberinto de relaciones superficiales, esperando que un hombre les diera lo que su padre no pudo: seguridad, reconocimiento, protección y amor incondicional.

Pero la verdadera sanación comienza cuando entienden que «ningún hombre puede llenar el vacío de una niña abandonada». Que el amor propio no se encuentra en otra persona, sino en dejar de huir de esa soledad para enfrentarla, sentirla, entenderla y, finalmente, trascenderla.

La figura paterna ausente no define nuestro destino. Solo cuando dejan de buscar reflejos de su padre en los hombres que eligen, pueden empezar a encontrarse a sí misma.

Mónica Montiel