Los charlatanes que extorsionan con sus “heridas”

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Los charlatanes que extorsionan con sus “heridas”

Si no los viera uno en vivió y en directo, no lo creería, pero este es uno de esos casos. El tipo con una cara de dolor me esperó en la antesala. Se c

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Si no los viera uno en vivió y en directo, no lo creería, pero este es uno de esos casos. El tipo con una cara de dolor me esperó en la antesala. Se cayó en el trabajo, le duele la espalda, algo le pasó en su columna y que no puede moverse. Algo por demás extraño, que el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) no le extendió la incapacidad, la experiencia en ese rubro era un área nebulosa para mí, así que lo hice entrar. Caminaba con dificultad, en dos muletas. Hice un reclamo airado, al estilo, en su defensa. Se me cae la cara de vergüenza.

El hombre se va, salgo de la cabina con todos los cachivaches y la recepcionista me pregunta que si a qué vino el fulano y me ataja para aclarar que es esposo de su cuñada, que el fin de semana habían coincidido en una fiesta y que el tipo bailó mambo, cumbia, con estilo profesional.

Me ratifica la pregunta ¿a qué vino? ¿Porqué usa muletas? Cuando me repuse de la impresión expliqué de su presunto accidente de trabajo y ella volvió a repetir, que era una mentira. Que cuando salió y pasó por enfrente de ella, se escondió para no saludarla.

Entre paréntesis hay que reconocer que a los bandidos no se les identifica precisamente por sus rostros, actitudes, porque quizá parte de su “actividad”, es crearse sus personajes. Esta joven que laboraba en la recepción un día de la nada, no volvió al trabajo y todo quedó en la creencia que se había ido. Nada, que a las horas se supo que estaba detenida, por asalto a un banco. Ahí empezó a salir el historial de la mujer, entre ello que era adicta a drogas duras. Ahí tienen pues, caras vemos, desfachatez no sabemos.

El siguiente caso fue un hombre que llegó con una lesión en el brazo, la carne viva, se le veían las capas de la piel y que no cicatrizaba. La herida abarcaba un poco después de la muñeca, hasta antes del codo. Exigí, reclamé la falta de apoyo al sujeto y un poco después en privado alguien me habló para contarme que era un flojonazo este señor y que no había forma en que se tratara de un accidente laboral su problema de salud.

Se le inculpaba de haberse causado él de manera intencional esa herida y luego echarse encima sustancias, para que no cicatrizara. Para mi fortuna ambos sujetos fueron debut y despedida, jamás volvieron ni para aclarar, ni para nada. Ah por supuesto que hablé públicamente de la información que había recibido de los dos bandidos. Me desquité por el engaño.

Hay una personita -era de mis radioescuchas frecuentes- que me hablaba muerta de la risa porque estaba incapacitada ¿y ahora qué te pasó? Le preguntaba. Al principio no tomé mayor importancia, solo era una conversación, es decir, no me implicaba en nada. Hasta que empecé a descubrir que siempre se caía de las sillas. Era empleada de las cosas rara y peligrosas llamadas Call center (centro de llamadas) que funcionan en modo maquilas y… ella solo azotaba al piso, fingía dolor y paraba al IMSS, luego a su casa a descansar.

Como detalle pregunté a una decena de personas que usaban silla secretarial, cuantas veces se habían caído de ellas, la respuesta fue que nunca. Si a veces si no hay el cuidado, puede que se corra un poco, pero de ahí a ir al suelo, lesionarse y que a esta mujer le pasara repetidamente, hace sonar las alarmas. Y si debe ser difícil, para un patrón toparse con personajes de esta naturaleza y muchos de ellos están protegidos como cosas buenas. Bien por ellos.

Este tercer caso abarca un poco de todo. La historia de este hombre quien colocó su vehículo de modelo atrasado, un sedán, en el estacionamiento de la farmacia Benavides de Luis encinas y Reyes con toda su familia, que incluía tres adolescentes, un menor y la esposa. Alguien nos llamó para contarnos lo que ocurría con todas estas personas hacinadas en el mini coche. Que efectivamente llegaron del estado de Puebla para buscar atención médica del pequeño.

Ahora y antes tampoco me gustó la excusa para viajar a Hermosillo y sin los recursos económicos necesarios, el caso es que lo atendimos, la gente ayudó y hasta la buena amiga Carmen Ahumada (aguerrida líder popular) ofreció un terreno al extremo del boulevard Solidaridad y allá se fueron. Les dieron materiales para que construyeran un jacal y hasta ahí todo bien. Hasta que la desgracia tocó a sus puertas: los tres hijos mayores juntaban leña y de la nada, llegó la crecida del arroyo que atraviesa su colonia, los arrastró, dos lograron ponerse a salvo, menos la más joven. Su cuerpo fue localizado muy lejos de Hermosillo.

Seguido de esto un día me llama un vecino de dicha familia, para contarme que el señor era violento, les pegaba a todos, esposa incluida y que vendía droga. Que lo amenazaban con denunciarlo a las autoridades y el muy orgulloso respondía que nadie le haría nada porque yo lo defendía. Más triste tú. Esta denuncia me la hizo la persona en pleno programa, así que todos escucharon mi respuesta, dije que quería que en ese momento llamara a la Procuraduría General de la República (PGR) dijera los datos del presunto. He insistiera hasta que atendieran el caso.

Fui categórica: nadie que comete delitos puede decir que yo lo solaparé, menos lo voy a defender. Eso fue lo último que supe de él.

Todo el apoyo ciudadano volcado a estas gentes, que jamás se les había visto y el bestia paga a los hermosillenses su generosidad, vendiendo sustancias ilegales ¿en que cabeza cabe? En la de gente inestable, malvada. Ahora casi estoy segura que huía de su estado nativo, por algo.

Con esto concluyo mis historias de inocente palomita, de reportera ingenua. Reconozco que ejercí con un romanticismo y una entrega desmedida a este oficio ingrato, en el que para colmo te quedas sola, por la misma razón por la que antes querían acompañarte. Son las ironías de la vida, lo cierto es que hay algunas cosas si pudiera volver el tiempo, sí las haría muy diferente.