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Samuel Valenzuela

Samuel Valenzuela

Indolencia, displicencia y negligencia, amalgamadas con estupidez política e incompetencia, fueron los signos distintivos del gobierno de México en la gestión contra la pandemia del COVID-19 y eso mismo ocurre desde antes, durante y después de la devastación causada por el huracán Otis en Guerrero.

Inolvidable –los 800 mil muertos por la pandemia son para recordar siempre—como el presidente Andrés Manuel López Obrador y sus estrategas en materia sanitaria, pasaron meses menospreciando la peligrosidad del virus SARS-CoV-2 mientras se expandía y mataba a cientos en el resto del mundo.

Cuando el COVID-19.

Si con un colchón de semanas o meses el presidente se la pasó recomendando fetiches contra el contagio y mantener el contacto social porque el Covid-19 nos hacía los mandados, no era letal por ser una simple gripe, peor con esas 20 horas de margen para establecer protocolos de protección de vidas con solo subir un post en la red X, para alertar de forma tímida sobre la amenaza a penas cuatro horas antes del impacto del huracán, cuando los avisos sobre la creciente potencia del meteoro se habían lanzado desde las seis de la mañana del martes.

La magnitud del desastre es impresionante, es histórico e inédito dirían los cuatroteros, y al estilo, el presidente minimizó los efectos y asegura que no fue tan mal; pocos muertos, aseguró, cuando los reportes informan del olor a muerte; hallazgos de cuerpos arrojados por el mar, desolación y escombros no solo en la zona hotelera, sino muchos más en colonias, sectores populares y comunidades rurales.

Para colmo, luego de prolongado vacío de información oficial, el presidente sale a cuadro en la red X para dar a conocer el saldo de la acción del gobierno en la zona de desastre y alrededor de un tercio de su alocución, la dedicó a despotricar contra quienes han replicado el dolor expresado por damnificados, imágenes y testimonios de la tragedia y el tiempo restante para dar a conocer el magro saldo hasta ahora para atender a casi un millón de damnificados.

Arremetió contra medios de comunicación porque asegura que solo magnifican las cosas con el fin de perjudicarlo; expelió sus tradicionales quejidos y algunas flatulencias; pretendió hacerse pasar como víctima, reprobando a quienes dice lucran políticamente con la catástrofe en Acapulco, mientras pontificaba sobre el movimiento de transformación cuatrotera.

Medios exagerados.

Y no son exageraciones, porque ya son 43 muertos y contando, 36 desaparecidos, según cifras oficiales, en tanto que en los albergues se encuentran casi dos mil personas, muchos de ellas menores de edad sin sus padres, sin descartarse que suba el saldo mortal mientras pasen los días y ahora sí, así como el COVID-19, la tragedia en Acapulco le venga como anillo al dedo para sus intereses político-electorales.

El optimismo, parsimonia y negligencia del mandatario federal contrasta con la evidente crisis humanitaria en Acapulco y docenas de comunidades rurales de la costa guerrerense; la ausencia de autoridad, saqueos, rapiña, falta de alimentos, de agua, desaparecidos, familias cuyos bienes se los llevó el viento con todo y viviendas, realidades de alrededor de un millón de damnificados.

Ante dicha realidad, las fuerzas armadas han desplegado a más de 15 mil elementos, que a cuatro días del impacto del huracán Otis, han distribuido alrededor de 25 mil despensas y 40 mil litros de agua y lo informan hasta con tonito de jactancia, como si fuera un gran resultado frente a necesidades de 800 mil personas que exigen atención inmediata.

También se informó de la restitución del servicio de energía eléctrica en el 60 por ciento de usuarios, de caminos y vialidades despejadas, instalación de comedores comunitarios, 10 mil viviendas censadas, entre otras acciones desplegadas por la Marina, la SEDENA y la secretaría del Bienestar.

Ni montacargas ni diablitos.

Y en dicho contexto, insólita la instrucción inicial del presidente de prohibir la participación de la sociedad civil en labores de auxilio y distribución de víveres y darle exclusividad a las fuerzas armadas y a los llamados servidores de la nación en dichas tareas, las cuales de forma evidente no dan pie con bola; unos confiscando en el bloqueo de vehículos cargados con apoyos y confiscando los donativos y los otros levantando un censo “casa por casa”, sin entregar absolutamente nada a los censados.

Afortunadamente, al parecer ya metió reversa en tan irracional bloqueo a la ayuda de la sociedad civil y qué bueno, porque a quien se le ocurre limitar e incluso prohibir la ayuda y apoyo de quien sea ante los efectos de la magnitud del desastre; si, sólo un sátrapa, alguien que gobierna despótica y arbitrariamente, se atrevería hacer una ostentación de poder de esa naturaleza, sin importarle absolutamente la indefensión y el sufrimiento de miles de familias.

Hasta el sábado por la noche, la doñita esa que cobra como secretaria de seguridad, la morrita fashion titular de gobernación y la frívola gobernadora de Guerrero, anunciaban optimistas de la heroica y sacrificada labor de elementos de la SEMAR y la SEDENA y del gobierno en general, mientras en Chilpancingo apenas se desatora el traslado de toneladas de alimentos, agua, artículos del hogar, ropa, colchonetas y hasta materiales de construcción, producto de donativos colectados por organizaciones de la sociedad civil, no gubernamentales nacionales y extranjeros, de la Cruz Roja y de particulares.

Sin ensuciarse.

La orden del presidente no solo fue insólita, también fue estúpida; amigo nuestro residente en la Ciudad de México tiene familiares en Acapulco; sabe que sobrevivieron al huracán, pero su vivienda resintió muchos daños, están sin energía, sin agua y su despensa es precaria. Retacó su Jetta de víveres, agua, medicamentos, artículos de limpieza y aseo personal, pero fue detenido en un retén en donde militares pretendieron confiscar su carga por ser ellos de forma exclusiva los encargados de su distribución. Afortunadamente no lo hicieron y este domingo se supone ya está con su familia luego que el sábado el presidente rectificó dicha ordenanza.

Pero dicha reversa fue porque alguien como nuestro amigo, se topó con ese insensato bloqueo que le evitaba llevar artículos básicos a sus familiares y vecinos y tramitó un amparo que le fue concedido, para de esa forma, el Poder Judicial de la Federación hacer el favor a López Obrador de no pasar a la historia como un miserable.

Pudo ser la primera vez en la historia de la humanidad en la que un presidente de cualquier país, no solo desdeña la participación de la sociedad civil en tareas de apoyo ante desastres colectivos, y no solo la desdeña, la prohíbe y habría dejado ver una vez más que la estupidez humana no tiene límites, aunque persiste tal percepción, ya que un día después de su fallida incursión a la zona de desastre, se fue a un mitin en el Estado de México, en donde otros de sus iguales trataron a toda costa de restaurarle su enlodado y golpeado ego.

Esa es exageración.

Por cierto, de plano se salió el presidente al alardear que durante su lodosa faramalla cuando pretendió simular empatía por los afectados de Otis, por el corte de la carretera tuvo que caminar 40 kilómetros hasta llegar a Acapulco y que durante la tarde noche del martes previo al impacto del huracán, se perifonearon  mensajes de alerta en toda la mancha urbana de dicho balneario y en comunidades en riesgo, mentiras similares a la ocurrencia del gobernador de Nuevo León, Samuel García, quien informó del envío a la zona de desastre de un helicóptero con 70 toneladas de alimentos.

Lo cierto es que, en todo ese escenario de desastre, menudea material videográfico donde se advierte un sinnúmero de cadenas humanas moviendo para allá y para acá cajas de supuestas despensas, como si no hubiera montacargas o diablitos, e incluso se sospecha que en algunos casos tales cajas con las que se propagandiza en favor de Marcelo Ebrard no llevan nada, así como el que el gobierno haga caravana con sombrero ajeno al etiquetarlas como propias, cuando se trata de donativos de la sociedad civil.

Contrasta tal abundancia de retratos y videos bajando cajas y acomodándolas en otra parte, con la escasa evidencia que muestre su entrega a damnificados, cuando hay múltiples testimonios sobre el drama de personas que a cinco días del embate de Otis no han recibido absolutamente nada.

En resumen, se asegura que Acapulco huele a muerte por tantos cuerpos en descomposición bajo escombros, bajo la arena y el lodo, flotando en el mar; Acapulco es tierra de nadie, la rapiña y el saqueo a comercios se extiende a casas particulares; se despoja a punta de pistola a quienes tuvieron la suerte de conseguir una despensa o un garrafón de agua; la ausencia de autoridad es evidente, así como la placidez de militares frente a tales hechos, que de policías estatales y municipales, deben andar buscando a sus familiares y atendiendo sus emergencias personales, o simplemente sumados al saqueo.

Caravana con sombrero ajeno.

En fin, la magnitud del desastre y el urgente esfuerzo para atender las necesidades de tanta gente, debieran ser factores para que López Obrador recapacite y entiende que él, su gobierno y su partido, no son las víctimas de Otis y que los defendidos y atendidos deben ser los miles de damnificados, que al entender lo anterior lo llevaría a dejar de pensar solo en él como el centro de todo y con ello hacer una tregua a sus convocatorias clasistas y dejar atrás la promoción del encono, confrontación y discordia social, para que ahora sí, ya investido como Jefe de Estado, sumar a todos los mexicanos en la reconstrucción de Acapulco y comunidades aledañas.

Bien por él, porque en su comparecencia de este domingo para dar a conocer avances de las labores de auxilio, al parecer al presidente se le serenó la hormona y se concretó a recibir la información de sus subordinados que coordinan el operativo en el puerto, dejando de lado sus catilinarias, insultos y provocaciones, con las que embarró el mensaje del sábado.