En la relación de un trabajador de medio de comunicación con la sociedad, hay toda clase de actitudes: violentas, temerarias, acusatorias, juicios públicos, pero ciertamente también la comunidad usa y desecha a los periodistas
Juana María Olguín Tarín

En la relación de un trabajador de medio de comunicación con la sociedad, hay toda clase de actitudes: violentas, temerarias, acusatorias, juicios públicos, pero ciertamente también la comunidad usa y desecha a los periodistas. Un día un hombre adulto llegó y al estar frente a mí me soltó: vengo con usted porque dicen que dijo que la esperaran a llevar a la escuela a su hijo y que después la mataran. Que espanto ¿quién en su sano juicio diría una cosa así?
Luego recuperas la calma en milésimas de segundo y aclaras a ese señor que jamás he sido amenazada -excepto por otro periodista, pero esa es otra historia- a quién o porqué diría semejante cosa. Este señor llegó de fuera a Hermosillo y su horrible drama era que le habían matado a su hijo. Que ocurrió en el rancho familiar, de donde salió a cazar porque mamá cumplía años otro día y fue por un venado.
No volvió y al buscarlo por la mañana lo encontraron muerto. El Agente del ministerio Público del Fuero Común (AMPFC) dijo que había sido un suicidio y se negó a investigar. El padre acusó a los empleados del rancho de ser los ejecutores. Hice lo que entonces podía, pedí audiencia a la procuraduría para que lo vieran. Dos años después me topo de nuevo con este señor, en el edificio de la radio, él, daba declaraciones a una de mis compañeras reporteras.
Terminaron la entrevista el tipo se voltea y me pregunta si se quién es él y a boca de jarro soltó: se acuerda que mataron a mi hijo, era el jefe de plaza (mencionó un municipio) y agregó: “todavía tengo los cheques de 250 mil pesos que le pagaba al tal funcionario federal para operar”. Entonces sí que se me subió lo Olguín y se me desparramó lo Tarin. Lo menos que le reclamé fue cómo había sido capaz de engañarme, hablar del difunto como un muchacho que había estado en el sitio y hora equivocada, cuando era un generador de violencia diría el actual gobierno.
Cuento esta historia para mostrar lo fácil que puede ser engañar a un reportero, lo alma blanda y sin prejuicios con que podemos actuar. Te contagias de los dolores, sufrimientos de las personas. Hay historias que las adoptas como si fueran propias y -olvidas tus asuntos sí también-, con todas sus consecuencias en las que no piensas, cuando la sangre hierve por lo que asumes es una injustica, un abuso institucional. Un atropello, que puede ser de otro particular.
Lo cierto es que cuando defiendes a alguien, no se miden consecuencias porque además no conoces al otro sujeto o el poder que tiene un funcionario público al que se denuncia. Parte de los riesgos de ejercer el periodismo con la idea romántica del reportero de servir a la comunidad.
Recupero la historia del individuo que me engañó con el cuento que su hijo era una víctima, cuando en realidad era el representante de una organización criminal en ese municipio. Cómo en un abrir y cerrar de ojos te pones en la mira de los “otros”, de los enemigos de él y de quienes lo sacrificaron.
A la distancia, cuando revives ese episodio, de cientos que ocurrieron en la actividad, vienen ideas de lo que pudieron pensar quienes conocían a esa familia involucrada en la actividad criminal y qué mensaje envías cuando los recibes en un programa ¿cuánto le pago para que lo entrevistara? Seguro que le dejó el bolsillo repleto de billetes
Toda historia tiene detrás tanto, no es fácil por ello lidiar con esas acusaciones perversas que afortunadamente no muy frecuente lanzan individuos, tachando de ¡corrupta! Y van más allá y preguntan ¿Ya no te dan tu chayote?
Nada es fácil en la vida, pero querer luchar por los derechos de la ciudadanía menos, además para que todo siga igual o mucho peor.