El discurso de austeridad republicana y de pobreza franciscana había sido guardado luego del escándalo al saberse del neoliberal, aspiracionista y conservador nivel de vida de José Ramón López Beltrán en Houston, Texas, a través de actos de corrupción y tráfico de influencias
El discurso de austeridad republicana y de pobreza franciscana había sido guardado luego del escándalo al saberse del neoliberal, aspiracionista y conservador nivel de vida de José Ramón López Beltrán en Houston, Texas, a través de actos de corrupción y tráfico de influencias.
Su padre, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, dio fiera batalla para lavar la percudida honra de su corrupto vástago, pero como el embarradero no era para menos, decidió sacar de su ya de por sí pobre lenguaje su cantaleteada austeridad e incluso hasta al tema de la corrupción le estuvo entrando de forma sesgada, ante tantas evidencias de raterías en su entorno cercano.
Parecía que atrás había quedado el estigmatizar las legítimas aspiraciones que cualquier persona tiene por mejorar su calidad de vida y la de su familia; a no conformarse con tener solo un par de zapatos, un cambio de ropa y un vehículo modesto, solo porque alguien considera que querer más de eso es vanidad y lujo.
Durante meses López Obrador se dedicó a romantizar la pobreza y a explotar el ánimo popular con intensiva propaganda relativa al fin de los días de un gobierno gastador y de funcionarios públicos de vida aristocrática, discurso que se silenció en gran medida luego de las revelaciones sobre los trafiques de López Beltrán y su mujer que “tiene mucho dinero”.
Pero urgido de distractores, conforme se afianza la tendencia inflacionaria y los efectos por el torpe manejo de la economía del país, López Obrador retoma ese tema circense sin importar que luzca su cinismo en todo su esplendor, como si ya hubiera quedado en el olvido el affaire en Houston, que viva en un lujoso palacio, que tenga una nube de sirvientes; que todos sus gastos sean con cargo al erario y que prácticamente todo su gabinete y equipo de confianza, esté integrado por ricos y aristócratas.
El renovado discurso que va más allá de la austeridad republicana y llega hasta la pobreza franciscana, presenta una ligera variable, ya que aparentemente en su cínica catilinaria la limita al sector público, a los servidores públicos, esos que ocupan primeros, segundos y tercer nivel, esos que ya tienen todo y de sobra, y saca de tal costal a los comunes mortales víctimas del gobierno más torpe de la historia.
Es tal la distorsión interpretativa del presidente que se atrevió a reconocer y rendir homenaje a la austeridad del empresario Carlos Slim, sí, a ese empresario propietario de un yate de super lujo cuyo valor se calcula en más de 100 millones de dólares, pero a la vez cuestiona lo que dice es un “consumismo enfermizo” de parte de quienes aspiran una mejor casa para la familia, más ropa para vestir, un mejor carro y no solo consumir tortillas con frijoles.
Se insiste mucho en que “no puede haber gobierno rico con pueblo pobre”, pero en estos tiempos esa brecha tiende a ampliarse con más de ocho millones de nuevos pobres desde diciembre del 2018; una clase media en el tobogán, y desde la esquina de enfrente la aristocracia gubernamental pontifica sobre austeridad republicana y pobreza franciscana mientras consumen viandas en exclusivos comederos; se visten con ropa de marca, adquieren nuevas propiedades, no gastan un cinco en su manutención y se solazan del disfrute de vivir en un palacio.
El discurso de austeridad presidencial no se refleja en los más amplios sectores de la sociedad mexicana atosigados por el desempleo, la inflación, inseguridad y obsoleto sistema de salud, factores que han pulverizado el pinchurriento asistencialismo a través de programas, cuya dispersión de recursos resultan como un chocho para un enfermo con cáncer avanzado.
Pero todo eso no importa a alguien que se caracteriza por su falta de empatía y cuyo pragmatismo político lo impulsa a atropellar a quien sea en la consecución de sus propósitos y por eso, antes de anunciar esas nuevas medidas de austeridad, publicitó los ingresos de titulares de organismos autónomos, acto puramente propagandístico con ánimos distractores.
El cinismo de López Obrador ha llegado al colmo, así como su voracidad por recursos financieros adicionales para impulsar obras de infraestructura de dudoso futuro que atentan contra el sentido común y que constituyen un barril sin fondo, mientras la economía de la mayoría de los mexicanos se deteriora de forma acelerada.
Y ya viene la embestida patriotera y nacionalera, también con ansias distractoras, para justificar la reversa a compromisos firmados por el mismo presidente que define y regula las relaciones comerciales entre México, Estados Unidos y Canadá y que pretende desconocer en una confrontación que dejará saldos funestos para la calidad de vida de los mexicanos. Al tiempo.