¿Hay algo que celebrar el día mundial del agua?

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¿Hay algo que celebrar el día mundial del agua?

El 22 de diciembre de 1992, la Asamblea General de la ONU, mediante resolución declaró al 22 de marzo de cado año, como el día mundial del agua

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Por Alberto Vizcarra 0zuna

El 22 de diciembre de 1992, la Asamblea General de la ONU, mediante resolución declaró al 22 de marzo de cado año, como el día mundial del agua. El objetivo formal es hacer conciencia acerca de la crisis mundial de este recurso y la necesidad de buscar medidas para remediarla. Al momento de establecer la  fecha conmemorativa, cobraba hegemonía el axioma falaz de tratar el agua como un recurso finito, de condición limitada, al que se tiene que ajustar la demanda de la población mundial, incluso reduciendo su crecimiento. Un maltusianismo renovado, cuya retórica entroniza a la naturaleza para que ésta determine la “capacidad de carga del planeta”.

Desde entonces la narrativa en los medios, está dominada por la fatalidad de la escasez del recurso y norma las políticas públicas de los gobiernos de la mayor parte del mundo. Se impone la creencia de un destino inexorable dominado por la falta de agua y  se preconizan como inevitables las guerras por el recurso. Se establecen fechas apocalípticas para regiones del planeta y grandes ciudades que se quedarían sin disponibilidad de agua; erróneamente se  lamenta el uso de grandes cantidades de la misma en la agricultura. El día mundial del agua no ha servido para ver el problema de la falta del recurso como un desafío. Más bien ha sido ocasión para presentar la circunstancia como una condena que debe obligar a las sociedades y pueblos a ajustarse a la difundida doctrina que propaga los límites al crecimiento en función de la supuesta finitud de los recursos naturales.

Pero la escasez de agua dulce, no acusa propiamente la incapacidad tecnológica para resolverla. El hombre dispone del conocimiento y la plataforma tecnológica para incorporar ingentes volúmenes de agua a la vida productiva y  satisfacer así las necesidades de consumo presentes y futuras de la humanidad. El testimonio de la política de gestión de más agua que se emprendió por la mayoría de los gobiernos del mundo al fin de la Segunda Guerra mundial, es más que elocuente. La construcción de grandes obras de infraestructura hidráulica, que tuvieron como referencia la emblemática Presa Hoover, terminada en 1936, así como el Sistema de Control de Inundaciones y Manejo de aguas del Río Tennessi y el Río Missisipi. Una constancia de que la ingeniería dispone de los antecedentes y la experiencia para hacer frente al fatídico mundo de la falta de agua.

 En 1961 el presidente norteamericano John F. Kennedy  advertía el prometedor horizonte de la desalación de agua de mar, y ante los experimentos exitosos, sostenía que “obtener agua dulce del agua salada de forma competitiva y barata redundaría en el bienestar a largo plazo de la humanidad”. Le otorgaba al logro tecnológico de la desalación, un tamaño que haría empequeñecer a cualquier otro avance científico. Decía que quien solucione el problema del agua debería de recibir dos premios Nobel: el de economía y el de la paz. Un toque de optimismo frente a la condenación pesimista que al respecto se viene registrando desde que la economía de occidente dejó de fincarse en el imperativo de las mejoras físico-productivas y terminó –después de las reformas monetarias de principios de los años setenta- sometida a la especulación financiera que desprecia y destruye las mejoras económicas y sociales.

Los promotores de lo que a principios de los años noventa, se dio en llamar “la nueva cultura del agua,” en realidad atienden a los intereses financieros privados que bajo ese argot, no solo han avanzado en esquemas de privatización del recurso, sino que le han añadido una nueva capa a la complejidad especulativa que sobre este bien se realiza: en la segunda semana de diciembre pasado, CME Group –una compañía especializada en mercados de derivados financieros- comenzó a cotizar en bolsa derechos de uso del agua en California, específicamente en mercados de futuros. La aparición de esta compañía en el novedoso diseño especulativo en torno al mercado del agua, no es fortuita. Es el mismo corporativo que tiene injerencia y control sobre los mercados de futuros de los granos, especialmente el trigo. Ejerce con ello un amplio dominio sobre la actividad económica que más agua demanda.

La escalada de privatizaciones sobre el manejo del agua, iniciada a finales de la década de los ochenta con los desastrosos experimentos vanguardistas de Margaret Thatcher en Inglaterra, ejemplificado en el manejo del sistema de agua del Río Támesis, se pretende coronar con la financiarización directa del recurso, lo cual terminaría por hacer inviable gran parte del espectro productivo. El sector financiero y sus corporativos prefieren el mundo de la escasez, porque es el agua en la que nada el especulador. Tienen una perspectiva irreconciliable con una política de gestión de más agua, son enemigos de una mayor disponibilidad por su afinidad a hacer del dinero un instrumento de dominación en un mundo al que se le impone, como camisa de fuerza, el dogma de los límites al crecimiento y la reducción de la población.

En el 2015, Scott Moore, miembro de la elite financiera que se agrupa en el influyente Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York, escribió un artículo en el New York Times, que podría ser la mejor síntesis de las perniciosas y disfuncionales políticas que se decantan para hacer que un recurso estratégico como el agua termine arrastrado en el remolino de la especulación financiera. Moore aconseja que Estados Unidos y el mundo, se deben alejar de las soluciones de ingeniería (gestión de más agua) y “favorecer enfoques económicos con base en el mercado”. El título del artículo no podría ser más revelador: “Altos precios, no la ingeniería, aliviará la inminente escasez de agua”. Mientras se vendan los bonos lácteos, no les importa que la vaca se muera.

El impulso del mundo de la posguerra, señaló el camino para enfrentar la escasez de recursos. Una política fincada en una poderosa presencia del Estado, que regule los procesos monetarios y financieros para anclarlos en la demanda de los requerimientos físico-productivos. Esto haría posible que las grandes obras de infraestructura hidráulica que quedaron suspendidas desde los años sesenta se retomen y se concluyan, además de masificar los proyectos de desalación de agua de mar, que alimentados con energía nuclear permitiría un abasto no solo para el consumo doméstico, sino también para otros usos, incluyendo el agrícola.

Pensar en este futuro, podría ser la mejor forma de celebrar con optimismo el día mundial del agua.