Ante las adversidades que impone la crisis económica mundial y un sistema financiero internacional opuesto a las necesidades de crecimiento económico de las naciones, el presidente Andrés Manuel López Obrador, tiende a evadir esta realidad con una inclinación al discurso de corte sentimental, muy semejante a la retórica motivacional del “pensamiento positivo” característico de los oradores que han ganado fama en los cursos de superación personal
Por Alberto Vizcarra Ozuna

Ante las adversidades que impone la crisis económica mundial y un sistema financiero internacional opuesto a las necesidades de crecimiento económico de las naciones, el presidente Andrés Manuel López Obrador, tiende a evadir esta realidad con una inclinación al discurso de corte sentimental, muy semejante a la retórica motivacional del “pensamiento positivo” característico de los oradores que han ganado fama en los cursos de superación personal.
El mensaje de año nuevo dado por el presidente desde los jardines de Palacio Nacional, el último día del año, acompañado por su esposa, es una de estas piezas motivacionales. El presidente no incorpora ningún elemento de la realidad en los parabienes para el 2022. Confía en la llamada “vibración alta” de las palabras para atraer todo lo positivo y alejar lo negativo. No es, formalmente un llamado a lograr una especie de nirvana pero sí algo parecido. Desea que nos vaya bien a todos; “que no haya sufrimientos, que haya mucha alegría, mucha felicidad. Y no olvidar que solo siendo buenos, podemos ser felices”. Invita a que nos amemos mucho, a que nos abracemos y que hagamos a un lado los rencores, a que nos alejemos de la búsqueda de lo material y finaliza diciendo que la felicidad es estar bien con uno mismo, con nuestra conciencia.
Pero la gestión de la felicidad no solo atañe a las buenas vibras, más cuando se reconoce que la infelicidad en el planeta tiene su causalidad en estructuras económicas y financieras, que embargadas en la renta monetaria y en las ganancias especulativas, desprecian el bienestar de los pueblos, su mejoramiento cultural, su desarrollo económico, su salud pública y su derecho a la educación, a la ciencia, a la tecnología y a la incorporación al trabajo digno y productivo. El presidente no desconoce esa realidad. La admite como un hecho de fuerza y algunos de sus asesores económicos, entre ellos el mega especulador Larry Fink, lo convencieron de mantenerse adherido a los criterios macroeconómicos asociados a la fracasada política económica impuesta por el T-MEC.
El nuevo atractivo con el que le venden al presidente el esquema comercial que por más de treinta años le ha negado el crecimiento y el desarrollo económico a México, es que el choque de Estados Unidos con China, le permitirá al país recibir a las empresas que supuestamente emigrarán del país asiático para instalarse en territorio nacional. Con este mismo garlito lo convencieron de no incursionar en la búsqueda de una mayor integración económica con América Latina y que de que terminara actuando como un pretendido vocero latinoamericano en contra de China.
Los resultados de mantenerse en la misma ruta macroeconómica de los gobiernos neoliberales, son previsibles. Pesan tres décadas de evidencia empírica de su fracaso, incluyendo los tres años del presente sexenio, en los que la economía nacional descendió por debajo del crecimiento mediocre que ha distinguido al largo período neoliberal. Es la dinámica económica que nos tomó desarmados frente a la pandemia, que nos ha hecho perder más de medio millón de vidas y que nos empujó a una parálisis económica que el país no registraba desde la gran depresión de los años treinta. Se perdieron más de dos millones de empleos, los cuales no se han recuperado del todo y las tasas de generación de puestos de trabajo están por debajo de la mitad del millón y medio de ocupaciones anuales requeridas.
Países como Argentina, Chile, Perú, Venezuela, Panamá y Nicaragua, no han aceptado constituirse en bloque comercial en contra de China. Tampoco lo hará Brasil bajo la esperada presidencia de Lula y el liderazgo de Dilma Roussef, quienes no se proponen un choque con los Estados Unidos pero tampoco ser vagones incondicionales de un ferrocarril que tiene como destino la incertidumbre.
El mensaje motivacional del presidente para el año que ha empezado a dar sus primeros pasos, estará muy lejos de cumplirse, si el país se mantiene atado incondicionalmente a las estructuras económicas, comerciales y financieras que son causantes de la infelicidad en el mundo y en México.

