¿Garantizan los mercados financieros los ciclos hidrológicos?

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¿Garantizan los mercados financieros los ciclos hidrológicos?

El monetarista doctrinario no se confunde con la paradoja sobre el origen de la vida que contiene el socorrido cuestionamiento: ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?

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Por Alberto Vizcarra Ozuna

El monetarista doctrinario no se confunde con la paradoja sobre el origen de la vida que contiene el socorrido cuestionamiento: ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Con soltura, el monetarista  se sale de la disyuntiva y grita ¡el dinero! La certeza del grito, viene del dogma que empezó a ganar espacios desde el momento en que el sistema financiero internacional se separó del patrón oro y las políticas monetarias quedaron sujetas a la especulación financiera y víctimas de prácticas desreguladas en las que el dinero deja de ser una herramienta al servicio de la economía real y opera como instrumento de la especulación que parasita sobre la vida social y productiva.

 La doctrina monetarista, entra en los linderos de lo descabellado, cuando introduce un bien básico, como el agua, en el mundo de los mercados bursátiles, abiertos a la especulación de las corporaciones financieras que no tienen ningún compromiso ni responsabilidad, con la gestión y el uso del agua en los procesos productivos y sociales. En diciembre del 2020, el mercado de derivados financieros más grande del mundo, el Chicago Mercantil Exchange, lanzó el índice del agua de Nasdak Veles California, y lo ofertan como la solución para estabilizar el precio,  en el contexto de la escasez del recurso hídrico en el estado norteamericano de California, sede del sector agroalimentario más potente de los Estados Unidos.

Si bien México no ha entrado formalmente a este novedoso diseño especulativo en torno al mercado del agua, es notorio que la política hídrica del país durante los últimos treinta años, ha valorado el recurso en función de su renta monetaria, desvinculándolo  de su condición natural que se asocia a la actividad productiva, a la producción de alimentos y al beneficio de la sociedad en su conjunto. Es frente a estos criterios e intereses que el presidente López Obrador cedió al consentir la operación ilegal del Acueducto Independencia con el que se le quita agua a la tribu yaqui y a la producción de granos básicos del sur de Sonora. 

Los apologistas del Acueducto Independencia e instancias como CONAGUA, no están muy lejos esta valoración especulativa del recurso hídrico. Caminan en dirección al “vanguardismo”  de colocar el agua en el mercado de futuros, como ya se hace en los Estados Unidos, más cuando la dependencia federal se creó al calor de los grupos privados que bajo el mote de “la nueva cultura del agua” han venido ganando terreno en dirección a su privatización y a que las políticas de gestión se auto limiten al recurso disponible y se circunscriban a la condición de una tasa de retorno monetario. 

Metidos en la camisa de fuerza de no gestionar más agua, los corporativos privados imponen la visión torcida de que el recurso debe de estar en donde genere mayor ganancia y bajo ese garlito se hace valer el axioma de que el dinero es el cometido primario y el elemento jerarquizador de todo el proceso. Eso animó el apotegma oscuro que salió desde los sótanos de CONAGUA en la administración de Felipe Calderón –utilizado como alegato en contra de la construcción del Plan Hidráulico del Noroeste- y se mantiene como doctrina vigente en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador: “reditúa más dinero un metro cúbico de agua en la alberca de un hotel que aquel utilizado en el riego de una planta de maíz o trigo.”

Es una ironía insólita que la formalización de la bursatilización de los derechos de agua del mercado de California, se presente como un mecanismo para la estabilización de los precios del recurso, cuando la esencia de los mercados de futuros es la especulación. Al momento del hundimiento de las bolsas en  el 2008, los inversores que huían de los circuitos financieros e inmobiliarios buscaron donde invertir sus capitales. El mercado de futuros como el trigo y maíz, atrajo enormes cantidades de dinero que compraban estos productos básicos, lo que provocó que los precios pactados fueran cada vez más altos debido a la enorme demanda. Se provocó una subida generalizada de los precios de los alimentos en todo el planeta, causando hambrunas y millones de muertes en los países del sur global. 

Esta visión trastornada del valor económico no tiene límites. La ola hiperinflacionaria, tipo tsunami, que proyecta los precios de las materias primas a valores estratosféricos, arrastrados por la voracidad especulativa de los corporativos que controlan los mercados financieros, es la evidencia más elocuente de la rivalidad irreconciliable de estas políticas con la viabilidad de una existencia funcional y civilizada de la sociedad.