El presidente Andrés Manuel López Obrador ha dado muestras suficientes de la proclividad a refugiarse en actos simbólicos que atienden más a la satisfacción de sus creencias que a la realidad
Por Alberto Vizcarra Ozuna

El presidente Andrés Manuel López Obrador ha dado muestras suficientes de la proclividad a refugiarse en actos simbólicos que atienden más a la satisfacción de sus creencias que a la realidad. Su afán de trascendencia no lo ubica en la solución a los problemas estructurales que padece el país. A fuerza de golpes emblemáticos siente que adquiere derechos para recibir galardones históricos refundacionales. Una envoltura con la que procura poner a salvo su personalidad justiciera, al mismo tiempo que no transgrede los límites impuestos por los poderes fácticos.
Con esa fórmula procede cuando por un lado, despliega un plan de justicia para los pueblos yaquis, y por otro, su gobierno se somete a los intereses que están detrás de los atropellos, persecución política, represión, encarcelamiento y hasta asesinatos de los voceros y líderes de la tribu yaqui que durante los últimos 10 años se han opuesto a la construcción y operación ilegal del Acueducto Independencia, obra con la que han desviado cientos de millones de metros cúbicos de agua, desde la parte media de la Cuenca del Río Yaqui, a la capital del estado, con el fin de darle gusto a la voracidad de una minoría de especuladores inmobiliarios que han hecho de la ciudad de Hermosillo el paraíso de los negocios fáciles.
La confianza en que los actos simbólicos pueden encubrir componendas vergonzosas conducen al presidente a presentarse frente a los yaquis como el nuevo Lázaro Cárdenas, al tiempo que exhibe un disimulo campante ante el hecho de que su gobierno permite la operación ilegal del acueducto y procura terminar los pendientes dejados por los gobierno de Felipe Calderón y Peña Nieto para imponer la obra que le daría a las aguas del Río Yaqui otro uso y otro destino.
Si la realidad no se apega al acto simbólico, hay que ignorar la realidad y para esto los esquemas simplistas suplen la reflexión y el análisis. López Obrador ha tomado la decisión, desde hace tiempo, de ignorar el problema hídrico de Sonora. En una de sus visitas a Ciudad Obregón, en la campaña presidencial del 2012, lo abordamos para hacerle el planteamiento del problema de la falta de agua en la entidad y el agravamiento de la misma con la construcción del Acueducto Independencia. Nos interrumpió con una frase cuya llaneza la hace inolvidable: yo no me voy a meter en un pleito entre los ricos del sur del estado con los del norte. Sociología pueblerina para eludir la responsabilidad de comprometerse con una solución de fondo al problema de la falta de agua en el estado impulsando la desalación de agua de mar y proyectos de mayor calado en la gestión del recurso, como el Plan Hidráulico del Noroeste (PLHINO).
En la campaña del 2018 se le volvió a plantear, y ya como presidente, en su primer visita al territorio yaqui a principios de agosto del 2020, diputados locales, federales, presidentes municipales, productores rurales, organizaciones sociales y autoridades tradicionales de la tribu yaqui le dirigieron un desplegado que ocupó amplios espacios en la prensa regional, en donde se le pedía que en apego a la ley y al estado de derecho se cancelara la operación del Acueducto Independencia y se respaldara una política de unificación del estado en torno a los proyectos de la gestión de más agua para no profundizar el conflicto y el enfrentamiento con el reparto de un recurso que no alcanza.
Se le puso el elefante enfrente, y decidió no verlo. Los directivos del Instituto Nacional para los Pueblos Indígenas (INPI), responsables de la instrumentación del plan de justicia para los pueblos yaquis ordenado por el presidente, le conocen muy bien el perfil y su compulsión por el simbolismo. Lo están convenciendo de que emita un decreto, con el que se disponga la entrega de casi 700 millones de metros cúbicos de agua a la tribu yaqui. Lo hacen a sabiendas de que no existe disponibilidad, porque las aguas de la Cuenca del Río Yaqui están comprometidas en su totalidad con concesiones debidamente otorgadas a los usuarios de la misma, incluyendo a la Tribu yaqui, junto al hecho técnico –reconocido por CONAGUA- de que la cuenca se encuentra en una situación deficitaria.
Le venden la idea al presidente como una operación genial: colocarlo en el pedestal de la historia, sin importar que reparta agua no disponible, mientras eso encubra la operación ilegal del Acueducto Independencia, con el que se despoja a los yaquis y a las actividades productivas del sur de Sonora del agua que sí existe.

