Se ha quedado lejos la fecha en que el Estado Mexicano le pintaba la línea roja a las fuerzas criminales del narcotráfico
Por Alberto Vizcarra Ozuna

Se ha quedado lejos la fecha en que el Estado Mexicano le pintaba la línea roja a las fuerzas criminales del narcotráfico. Estamos tan subvertidos que de unos años a la fecha es el crimen organizado quien establece los límites, define los territorios e impone las condiciones en base al terror con procedimientos típicos de guerra irregular. Es importante repetirlo: desde las infames Guerras del Opio, instrumentadas contra China por el Imperio Británico, en el Siglo XIX, se ha establecido la axiología que define los procedimientos del narcotráfico como una fuerza que se reconoce en un comando internacional.
Solo bastan tres botones sobre la mesa para evidenciar el repliegue del estado frente a estos poderes. El afamado “culiacanazo” de noviembre del 2019, el atentado que deja gravemente herido al Secretario de Seguridad de la Ciudad de México, Omar García Harfuch, en junio del 2020 y el reciente atentado que cobró la vida del ex procurador del Estado de Sonora, Abel Murrieta Gutiérrez. Sin considerar las decenas de candidatos asesinados en el proceso electoral que está en curso y los más de ochenta mil homicidios dolosos vinculados al narcotráfico que se han registrado desde el inicio del gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
El drama no conmueve al presidente, quien le guarda lealtad férrea a la estrategia de “abrazos y no balazos” puesta en marcha por Alfonso Durazo, entonces Secretario de Seguridad y ahora candidato a la gubernatura del estado de Sonora. Bajo el garlito de que el estado ya no comete masacres, estamos presenciando el número más alto de asesinados de las últimas décadas. Nos horrorizamos porque los atroces bombardeos de Israel a Palestina han ocasionado doscientos muertos, cuando tenemos un promedio mensual de dos mil asesinados en México, producto de esta espiral de violencia.
Solo hay un argumento que el presidente tiene para justificar su política de seguridad. La crítica al evidente fracaso de lo que hicieron los gobiernos anteriores y especialmente el de Felipe Calderón. Efectivamente, limitar la lucha contra el narcotráfico a la persecución y encarcelamiento de los capos tiene saldos que por sí mismos hablan de su fracaso; pero derivar que de estas acciones se desprendió la beligerancia creciente de parte del crimen organizado es una extrapolación de consecuencias peligrosas aunque le sirva al presidente para postular su discurso de abrazos y no balazos.
La violencia que se recrudece y que se adereza con los asesinatos de figuras públicas y candidatos a puestos de elección popular, no tiene una motivación reactiva, tampoco la tuvo durante los gobiernos anteriores. La prueba irrefutable es que a la oferta de abrazos por parte del estado los poderes del crimen organizado responden con balazos.
Desde las Guerras del Opio, los intereses supranacionales y sus estructuras financieras que controlan el narcotráfico, no quieren una coexistencia pacífica con los estados nacionales. Lo que procuran es el sometimiento. Su objetivo es el debilitamiento del estado, la dislocación moral y cultural de la población con la promoción del consumo de las drogas y su legalización.
Pasar por alto esta realidad sobre la funcionalidad del narcotráfico internacional y reducirlo a un problema de orden estatal y municipal, es una omisión resultado de una miopía comparable con la estrategia fallida del presidente.
Si se admite que la causalidad del problema tiene un origen internacional, ese es el principio de la discusión para resolverlo.