El mítico rey Canuto, alcanzó fama porque algunos de sus decretos eran caprichosos y otros chocaban de frente con la realidad
Por Alberto Vizcarra Ozuna

El mítico rey Canuto, alcanzó fama porque algunos de sus decretos eran caprichosos y otros chocaban de frente con la realidad. En una ocasión ordenó que se suspendiera el movimiento de las olas del mar, porque al estrellarse el agua sobre las cortinas de piedra que protegían su castillo, hacían un ruido que le molestaba. No están muy lejos de la conducta de ese antiguo monarca, los grupos de poder económico y sus cofradías de políticos que piensan que la realidad se debe ajustar al campo que definen sus intereses particulares.
Son como títeres movidos por las cuerdas de su ambición, ajenos a toda responsabilidad social. Cuando la realidad irrumpe con sus exigencias implacables demandando soluciones, a veces acompañada de explosiones sociales o revoluciones, son los que salen corriendo en paños menores con su ropa en las manos. Ante los eventos disruptivos ocasionados por falta de energía, de agua o de alimentos, de inmediato evaden su responsabilidad. Le echan la culpa a la naturaleza y le cargan los costos a la población.
El síndrome del rey Canuto, se hace presente en diferentes partes del mundo. Recientemente lo vimos en el estado de Texas, en los Estados Unidos, donde la realidad congeló la utopía de querer soportar los requerimientos de consumo energético de una economía industrial con tecnologías de la edad media, como los molinos de viento. Los acuerdos cupulares establecieron que los paneles solares y la energía eólica sería la energía del futuro, pero una tormenta invernal barrió con el capricho.
Es lo mismo que ocurre con los políticos tradicionales que en el caso de Sonora, se niegan a admitir la tremenda crisis hídrica que padece el estado y se pliegan a la realidad sustituta que se soporta en la falsedad de que a la entidad le sobra agua. Argucia sostenida para tratar de justificar la imposición del Acueducto Independencia con el que se despoja de las aguas del Río Yaqui al pueblo yoreme y a las actividades productivas del sur de Sonora.
Los grupos económicos, forjados en la tradición de la adquisición del dinero fácil, no tienen vocación empresarial. Adictos a las rentas monetarias de ciclo corto, se les olvidó el futuro y han perdido el interés por el funcionamiento económico de la sociedad. Confunden depredación con competitividad, desprecian una política de gestión de más agua y observan el recurso, no como un bien estratégico, sino como botín y sustento de los proyectos inmobiliarios que en la ciudad de Hermosillo les prometen ganancias exponenciales, a costa del desarrollo regional y del empobrecimiento de la mayoría de los sonorenses. Eso es lo que motiva el consenso cupular en torno a la imposición del Acueducto Independencia.
Cegados por la ambición, no alcanzan a ver lo que es evidente: todos los estudios técnicos indican y reconocen que Sonora padece una condición deficitaria respecto a la disponibilidad de agua. Y un déficit no se resuelve con esquemas administrativos y de redistribución, sino con una vigorosa política de gestión de más agua con procedimientos tecnológicos como la desalación o grades proyectos de infraestructura como el Plan Hidráulico del Noroeste (PLHINO).
La falta de agua en la entidad tiene una explicación por demás plausible. Cuando se terminó de construir la última presa sobre la Cuenca del Río Yaqui, la población de Sonora era apenas de quinientos mil habitantes. Han transcurrido desde entonces a la fecha, setenta años y la población actual ya alcanza los tres millones de habitantes. Es concluyente que si no aumentamos la cantidad de agua disponible, será imposible revertir el déficit presente de mil millones de metros cúbicos que ya registra la entidad y resolver la mayor parte de los problemas económicos y de desarrollo que existen en la actualidad.
Estas estructuras cupulares presionan a los candidatos a la gubernatura del estado, para que se adhieran a sus conveniencias y a su ceguera frente a la realidad. Quieren que todos sean partícipes del síndrome del rey Canuto. Sus presiones ya tuvieron efecto sobre Alfonso Durazo Montaño y sobre Ricardo Bours Castelo, quienes promueven la imposición del Acueducto Independencia -pese a los proceso judiciales que se mantienen sobre este-, como una realidad de fuerza, sin importarles que esto represente un atropello al Estado de Derecho y una profundización de la tremenda crisis hídrica que padece Sonora.
La rendición y complicidad de estos candidatos frente a las cúpulas de especuladores inmobiliarios, propicia que se incremente la presión sobre Ernesto Gándara Camou y que este termine formando parte del consenso de los de arriba que le dan la espalda al futuro de la entidad. Es también la oportunidad para que el Borrego Gándara, de la nota de liderazgo al proceso electoral y haga un planteamiento racional basado en las realidades técnicas y en el imperativo organizativo de fortalecer la unidad de Sonora con una política de gestión de más agua que termine con el litigio y la división que propicia el absurdo de repartir el recurso que no alcanza.