El resurgimiento de la pandemia en México ha dejado más personas infectadas que nunca, entre ellas el presidente del país, Andrés Manuel López Obrador
Desesperación, angustia y hacer hasta lo imposible a cambio de obtener un tanque de oxígeno para mantener viva la esperanza de que el COVID-19 no quitará la vida a un miembro de la familia afectado por el virus, es la pesadilla que se vive n México al agravarse el desabasto de estos equipos que se han convertido en una esperanza de vida.
Información del periódico estadunidense “The New York Times” de Natalie Kitroeff y Oscar López revela la pesadilla que se vive todos los días en México, en medio de una pandemia mal enfrentada por las autoridades de salud del gobierno federal y que tienen en la incertidumbre a millones de mexicanos afectados por el SARS-CoV-2 y de los que el rotativo neoyorquino solo cita algunas experiencias dolorosas que en cadena se podrían repetir cada minuto en cualquier rincón del país.
Los hijos lo llaman rogando oxígeno para sus padres. Los abuelos lo llaman respirando con dificultad en mitad de la noche. Las personas sin dinero le ofrecen sus carros a cambio de un tan que de oxígeno.
Juan Carlos Hernández les dice a todos lo mismo: no le quedan tanques de oxígeno.
Después de sobrevivir a su propia pelea con el coronavirus y quedarse sin trabajo, Hernández empezó a vender tanques de oxígeno en su carro. Este invierno, una segunda oleada de coronavirus azotó México y la demanda de oxígeno se disparó, lo que causó una escasez nacional de dispositivos que suministran este recurso vital.
Los precios se dispararon. Se metastizó un mercado negro. Los grupos criminales organizados comenzaron a secuestrar camiones llenos de tanques de oxígeno o a robarlos a punta de pistola en los hospitales, según informes en las noticias locales. Y para un número cada vez mayor de mexicanos, las probabilidades de supervivencia quedaron de repente en manos de vendedores de oxígeno improvisados como Hernández.
“Estamos en el mercado de la muerte”, dijo Hernández. “Si no tienes el dinero, puedes perder a tu familiar”.
El resurgimiento de la pandemia en México ha dejado más personas infectadas que nunca, entre ellas el presidente del país, Andrés Manuel López Obrador.
Con los hospitales abarrotados y una profunda desconfianza en el sistema sanitario que lleva a muchos a enfrentarse a la enfermedad en casa, la cifra de muertos del país se disparó. En enero, México registró más de 30.000 muertes, la cifra mensual más alta hasta la fecha.
Ahora la cifra de fallecimientos de México es la tercera más alta del mundo, superior a la de India, una nación diez veces más poblada.
Parte de la razón por la que ahora mueren tantas personas, dicen los médicos y funcionarios del gobierno, es la escasez: simplemente no hay suficientes tanques de oxígeno.
“El oxígeno ahorita es el agua”, dijo Alejandro Castillo, un médico que trabaja en un hospital público de Ciudad de México. “Es algo vital”.
Los nuevos brotes en todo el mundo han puesto a prueba el suministro de oxígeno en los hospitales, desde Los Ángeles hasta Lagos, pero en México, la escasez se está sintiendo dentro de los hogares.
Ocho de cada diez camas de hospital están ocupadas en Ciudad de México, el epicentro del brote, y las salas de urgencias no reciben a las personas. Muchos pacientes se niegan a buscar atención médica, impulsados por una desconfianza muy arraigada en México.
Para sobrevivir en casa, los pacientes más enfermos necesitan que se les bombee oxígeno purificado a los pulmones las 24 horas del día, lo que hace que sus amigos y familiares se vean obligados a ir en busca —a menudo sin éxito— de tanques y rellenarlos varias veces al día.
David Menéndez Martínez no tenía ni idea de cómo funcionaba la oxigenoterapia hasta que su madre se enfermó de COVID-19 en diciembre. Ahora sabe que el tanque más pequeño en México puede costar más de 800 dólares, es decir hasta diez veces el valor que tiene en países como Estados Unidos. El oxígeno para llenarlo cuesta unos diez dólares, y puede durar tan solo seis horas.
Menéndez tenía algunos tanques que sus amigos le habían prestado, pero aún así pasaba horas esperando para rellenarlos en las filas que se extienden a lo largo de las manzanas de la ciudad y que se han vuelto muy comunes en ciertos barrios de Ciudad de México.

