Las exigencias presupuestales que la pandemia impuso, han hecho brillar la improcedencia de las políticas de austeridad a las que el gobierno federal se ciñe con una ortodoxia envidiada por el neoliberalismo

Por Alberto Vizcarra Ozuna
Las exigencias presupuestales que la pandemia impuso, han hecho brillar la improcedencia de las políticas de austeridad a las que el gobierno federal se ciñe con una ortodoxia envidiada por el neoliberalismo. La política de ajuste y de recortes no se hace a nombre de la doctrina que el presidente denominativamente denosta todos los días, sino bajo el cobijo de un adjetivo que pretende moralizarla: austeridad republicana. Pensar en cancelar los proyectos de infraestructura, transporte y energía, que el gobierno sostiene, para destinarle mayores recursos a la contingencia sanitaria, es tan absurdo como persistir en la política de recortes a otras áreas prioritarias, para hacerlos posibles.
En el esquema de ajuste presupuestal para izar la bandera del equilibrio en el gasto como trofeo de buena conducción económica, todos sufren recortes, menos el sector financiero y el servicio de la deuda, a los que se les sigue rindiendo tributo incondicional. En el proverbial jalón de la cobija, estados y municipios han sufrido mermas en sus participaciones federales que en el contexto de los reclamos de la emergencia sanitaria se ven agravados.
Los gobernadores de todos los partidos, incluidos algunos de MORENA, han hecho públicas sus quejas y reclamos a esta política restrictiva. Hay quienes han entrado directamente en choque con la federación y proyectan políticas fiscales para recomponer el reparto del presupuesto federal en la pretensión de recibir mayores participaciones del mismo. En una especie de suma cero: si van a recortar, que no me recorten a mi; una auto imposición ideológica de que el presupuesto no puede crecer para evitar los recortes.
Al parecer, la gobernadora de Sonora, Claudia Pavlovich Arellano, decidió guardar distancia de esta discusión, que ofrece protagonismo pero promete pocos resultados. Con discreción optó hacer uso de sus facultades ejecutivas, sin entrar en conflicto con la federación. Prefirió no gastar energías en discusiones estériles y se concentró en anticipar las acciones para prevenir los efectos advertidamente nocivos de la epidemia.
No obstante las limitaciones del presupuesto estatal, Sonora fue la primera entidad de la república en declarar la emergencia sanitaria, disponiendo asignaciones extraordinarias para el mejoramiento del equipo hospitalario y la protección de los trabajadores de la salud; también el primer estado en otorgar créditos a PYMES y a pequeños productores agroalimentarios, así como el otorgamiento de apoyos en el pago de impuestos y el impulso a un programa alimentario para las familias más necesitadas.
La mesura de la gobernadora en este episodio crítico ha dado muestras de sentido práctico y responsabilidad. En las emergencias que ponen en riesgo la vida de la población, no se teoriza sobre los problemas, se actúa con lo que se tiene a la mano para enfrentarlos y tratar de resolverlos. Una forma de liderazgo menos estridente pero en muchos casos más efectiva.
Es la misma templanza que se requiere para abordar los asuntos nacionales relacionados con la política presupuestaria y con los criterios de política económica requeridos para impedir que el país se vaya en el tobogán del decrecimiento económico que lo amenaza. El reclamo de los gobernadores debe salir del ámbito reactivo para incursionar en el campo de una discusión programática que se plantee cómo incrementar las capacidades presupuestarias de la nación, ampliando la base tributaria con un crecimiento sostenido por encima del seis por ciento anual.
Establecer tales metas, implica admitir que la reapertura de la economía después del destructivo episodio de la pandemia, no debe reiniciar con los mismos criterios de política económica que nos presentó desarmados frente a la contingencia. Las miles de vidas que innecesariamente perderemos en este episodio, deben de ser motivo suficiente para que no confundamos el regreso a la normalidad con el llamado a seguir haciendo lo mismo.