SEMARNAT y CONAGUA, reductos del ecologismo neoliberal

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SEMARNAT y CONAGUA, reductos del ecologismo neoliberal

Si nos despojamos de prejuicios ideológicos, podremos ver con claridad que no hay arbitrariedad en la denominación “ecologismo neoliberal”

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Por Alberto Vizcarra Ozuna

Si nos despojamos de prejuicios ideológicos, podremos ver con claridad que no hay arbitrariedad en la denominación “ecologismo neoliberal”. Los últimos treinta años de empoderamiento de las políticas económicas neoliberales, han sido el campo fértil para la promoción de una vida económica orientada a los servicios, a la especulación financiera y a una hipócrita adoración por la naturaleza que pondera un desprecio manifiesto por la industrialización, por el crecimiento poblacional y por la agricultura de riego. 

Esta agenda ecologista global se impuso y se  institucionalizó en México a principios de los años noventa del siglo pasado, agarró fuerza en el año dos mil, en el gobierno de Vicente Fox, cuando terminó de destilarse el nombre de la Secretaria del Medio Ambiente y Recursos Naturales, (SEMARNAT). Después la CONAGUA pasaría a la órbita de esta secretaría, definida como cabeza de sector en el manejo de los recursos naturales del país. 

Con estas acciones de reestructuración administrativa, desmantelaron los formatos institucionales que le daban poder soberano al estado en el manejo y aprovechamiento de los recursos naturales y la facultad para transformarlos eficientemente con el uso de la ciencia y la tecnología; dislocaron también el propósito estratégico de mantener un vínculo indivisible entre la producción de alimentos y el uso de las aguas nacionales. El gobierno de la Cuarta Transformación, ha recibido esta herencia de los gobiernos anteriores con mucha holgura y complacencia. La entrega de SEMARNAT y CONAGUA a ideólogos del ecologismo, como Víctor Manuel Toledo y Blanca Jiménez, es una firma de continuidad en estas políticas. 

En un artículo reciente, Blanca Jiménez, directora de CONAGUA, a pesar de lo críptico de su texto, deja traslucir que mantendrá al país sujeto a los esquemas neoliberales, anclándolo en la administración del agua disponible, sin gestionar mayores volúmenes del recurso y supeditado al manejo de una disponibilidad menguante, no obstante que esto represente limitar las posibilidades de crecimiento económico y de producción de alimentos. No hay en el horizonte intelectual de la directora nacional de la dependencia, nada que advierta una vinculación del uso y el manejo de las aguas nacionales con el crecimiento económico del país. Su idea de conservar el agua, se acerca más a una reverencia ritualística, que a la comprensión del recurso como una palanca para el desarrollo nacional.

Jiménez, reafirma este propósito, con una perla antropológica y propone pasar de lo que considera fue un modelo antropocéntrico, esto es basado en el cometido de proteger y atender las necesidades de la población, a lo que estima podría ser un modelo hidrocéntrico, orientado a la protección del agua, aunque tal cosa represente sacrificios humanos. Maniqueísmo panteísta, en donde el agua adquiere la connotación de ser y el hombre pasa a considerarse como recurso.

Con la mezcla de una retórica neoliberal y ecologista, se conforma un matrimonio estéril. Se pelean, pero se reconcilian cuando se reconocen en el cometido colonial de impedirle a la nación la transformación de sus recursos naturales para su crecimiento económico e industrialización. Ponderan fetiches y rituales de adoración, unos a la renta monetaria y otros a la naturaleza, pero ambos comparten el desprecio por la población y su crecimiento.