Seamos prácticos: apliquemos lo que funciona

HomeAlberto Vizcarra

Seamos prácticos: apliquemos lo que funciona

En la época del gobierno Franklin D. Roosevelt, se consolidó la política de precios de garantía (Parity Price) para los productores agrícolas en los Estados Unidos y fue uno de los factores decisivos para que Norteamérica saliera airosa de la gran depresión de finales de los años treinta

Presunción de un peso fuerte, vanagloria neoliberal
El aprecio de Cárdenas por el yaqui
México debe atender las lecciones de Lula

Por Alberto Vizcarra Ozuna

En la época del gobierno Franklin D. Roosevelt, se consolidó la política de  precios de garantía (Parity Price) para los productores agrícolas en los Estados Unidos y fue uno de los factores decisivos para que Norteamérica saliera airosa de la gran depresión de finales de los años treinta. 

Las acciones de Roosevelt orientadas a rescatar la producción física lo llevaron a chocar con intereses financieros comúnmente acostumbrados a prácticas parasitarias y poco interesados en la producción. En los metideros de esos intereses se cuajaron campañas contra el presidente norteamericano acusándolo de socialista o de izquierdista. Cuando se le preguntaba a Roosevelt si el impresionante éxito de sus políticas económicas estaba cimentado en alguna teoría económica socialista o de derecha, el presidente respondía: no participo de ninguna ideología, ni me adhiero incondicionalmente a ninguna creencia, solo creo en la teoría que funciona.

Durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, México adoptó el instrumento de los precios de garantía, como el mecanismo con el que se protegería la producción nacional de granos básicos, se alentaría la capitalización de los productores y se impulsaría el incremento en las capacidades productivas del campo mexicano. Desde entonces, hasta 1982, con matices e intensidades  distintas se reconoció por los gobiernos posrevolucionarios, que para consolidar un proyecto nacional de desarrollo económico que trajera consigo el fortalecimiento de la cohesión social y el bienestar de la gente, era imprescindible lograr un campo bonancible. Es el periodo en que se registra la participación más activa del estado en la construcción de infraestructura hidráulica para la gestión y control de aguas; la investigación agropecuaria, los sistemas de aseguramiento, subsidios a insumos agrícolas específicos y como la cereza del pastel un sistema de precios de garantía o soporte que le otorgó certidumbre a la rentabilidad de la producción agrícola.

A mediados de los años sesenta esta política sufrió un tropiezo. El sistema de precios de garantía dejó de utilizarse como instrumento de fomento productivo y se redujo a un mecanismo de ancla antiinflacionario. Esto produjo un congelamiento de los precios de garantía y se provocó una caída en la rentabilidad agrícola. La consecuencia fue un descenso  en la producción. 

El campo se vuele a levantar con el establecimiento del Sistema Alimentario Mexicano (SAM), durante el gobierno de José López Portillo, puesto en marcha en 1978. Programa que retoma las metas físicas de producción de granos y alimentos, los requerimientos del consumo per cápita nacional y la meta de la autosuficiencia alimentaria. El eje de este nuevo impulso fueron precisamente los precios de garantía, los cuales se robustecieron, además de que crecieron significativamente los recursos públicos destinados al fomento rural. La nobleza de los ciclos económicos en el campo es notable, con estos estímulos el PIB agrícola creció a una tasa anual del 4.1 por ciento.

Otro rasgo distintivo del SAM, es que observaba el fortalecimiento de las regiones productivas del país ubicadas en los distritos de riego y proporcionarle subsidios considerables a la agricultura ubicada en el temporal eficiente, por medio de fertilizantes y semillas mejoradas con el propósito de duplicar la producción por hectárea de esta importante área de la nación, además de estimar la posible ampliación de la frontera agrícola con grandes proyectos de infraestructura hidráulica.

El SAM no se soportaba en la idea simple de la redistribución del ingreso, sino en el fortalecimiento de las capacidades productivas del país y en el cometido de metas físicas de producción. En función de eso atendía las diferentes formas de tenencia de la tierra y postulaba una Alianza para la Producción en el que todos los agentes del campo mexicano se identificaran con la meta nacionalista de incrementar la producción de alimentos y la reducción de la dependencia alimentaria.

Todos estos esfuerzos se abandonaron a partir de 1982, y desde entonces el campo mexicano se convirtió en un extenso laboratorio de experimentación de los programas neoliberales que despreciaron el mercado nacional e impusieron el pernicioso apotegma de que es más barato importar los alimentos que producirlos nacionalmente.

Sorprende que un gobierno como el de Andrés Manuel López Obrador, que se apoya tanto en la historia nacional y que teóricamente se ha propuesto revertir las políticas económicas neoliberales, especialmente en el campo, no este considerando las lecciones que transparentemente la historia nos plantea. México tiene en su pasado reciente la evidencia de lo que funcionó y de lo que fracasó.

Se ocupa que el gobierno y los productores, hagan suya la sabía lógica de Roosevelt. No se enreden con ideologías de izquierda o de derecha, simplemente hay que hacer valer lo que en la práctica funciona y ha funcionado: Hay que restablecer los precios de garantía.