No fueron pocos los aforismos de Jesús Reyes Heroles, pero uno de los que podría delatar con mayor acento su conservadurismo liberal es aquel que sentencia: Si levantas piedras saldrán alacranes
Por Alberto Vizcarra Ozuna
No fueron pocos los aforismos de Jesús Reyes Heroles, pero uno de los que podría delatar con mayor acento su conservadurismo liberal es aquel que sentencia: Si levantas piedras saldrán alacranes. Una forma de ponderar la importancia de dejar las cosas como están, ante la amenaza de que si las quieres cambiar, pueden empeorar. Sentencias como estas pasaron a ser el referente, la escuelita, de un pragmatismo político que durante los últimos treinta años entregó la suerte del país al capricho de los mercados internacionales y despojó a la clase política de un propósito nacional. La hizo presa fácil de la corrupción.
La expresión de mayor impacto de esta corrupción son los embates sufridos, durante todos estos años por PEMEX. La embestida padecida por esta área estratégica de la economía nacional empezó desde el gobierno de Miguel de la Madrid, quien no tuvo el carácter ni la convicción, para sostener el impulso que los gobiernos anteriores le habían dado al sector, en especial el de José López Portillo. En ese gobierno se incrementó sustantivamente la producción petrolera y se puso en marcha un ambicioso proyecto de industrialización del hidrocarburo con un gigantesco impulso a la petroquímica básica y secundaria. Política que llevó a México a ser autosuficiente en la producción nacional de gasolinas.
Si recuperar esas capacidades que se empezaron a desmantelar desde que prácticamente se inhabilitó al Instituto Mexicano del Petróleo –como el centro de investigación y desarrollo de tecnologías más importante del país- hace necesario que se levanten piedras, hay que hacerlo, aunque salgan alacranes. Por lo que hasta el momento ha planteado Andrés Manuel López Obrador, ese es el propósito, lo cual implica encarar la no fácil tarea de enfrentar a los poderes financieros nacionales e internacionales que histórica y sistemáticamente se han opuesto a que la nación fortalezca sus capacidades soberanas y logre su industrialización.
Hay elementos de impericia en la tarea de recuperar las capacidades de PMEX y de evitar que continúe el saqueo. Evidentes los imprevistos problemas de logística que han llevado a los cuellos de botella en la distribución de la gasolina, pero ninguno de estos asuntos deben distraernos del imperativo de recuperar la capacidad petrolera del país y de que PEMEX vuelva a ser factor decisivo en el desarrollo económico nacional.
Cuando se documenta que el huachicoleo representa un saqueo de aproximadamente 3 mil millones de dólares anuales, es evidente que se trata de un volumen de dinero que no lo guardan debajo de los colchones de sus casas los delincuentes que aparecen con sus camionetas de doble rodado y tres o cuatro bidones en las cajas de sus vehículos. Esa cantidad es cuatro veces mayor que los ingresos de los terroristas del Estado Islámico, que venden combustible robado de los países del Medio Oriente. En México, Según informe de Santiago Nieto, Director de Inteligencia de la Secretaria de Hacienda y Crédito Público, se han detectado 10 mil millones de dólares blanqueados relacionados con el robo de hidrocarburos.
Estamos pues frente a un aparato internacional que tiene resguardo, protección y aliento dentro del sistema financiero y todo lo que eso representa. Como lo reconoce el estudio de la organización privada estadounidense Centro de Energía del Consejo del Atlántico, en un documento titulado Downstream Oil Theft: Global Modalities, Trends, and Remedies; la delincuencia organizada ha hecho del robo de combustibles uno de los más grandes fenómenos criminales en este siglo. Se trata de un negocio criminal que arroja utilidades por 133 mil millones de dólares anuales y México, como otras naciones petroleras, está siendo víctimas de este aparato.
Es un error reducir al ámbito nacional la discusión de un problema que tiene pesadas connotaciones internacionales, y peor aún, enfocarlo con criterios electoreros inmediatistas que indiscutiblemente obstaculizan la unidad reclamada para enfrentar la tarea. Por muchos años la nación se ha rendido ante estos poderes y eso hizo cómplices a todos los partidos políticos. No es momento para repartir culpas y dividirnos en torno a ellas. Es ocasión para reconocer la oportunidad y para que México recupere su plena personalidad.

