En su discurso de toma de posesión, Andrés Manuel López Obrador, reiteró la idea de que la construcción del Tren Maya y el corredor transístmico que agilizaría el flujo comercial y de transporte de mercancías de la región Asia-Pacífico a la costa este de los Estados Unidos, serán parte de lo que ha dado en llamar “cortinas” de desarrollo que posibiliten el arraigo de los habitantes del sureste mexicano y ofrezcan oportunidades de empleo a los migrantes centroamericanos que huyen del infierno de hambre, violencia y narcotráfico que la política económica neoliberal ha creado en Centroamérica
Por Alberto Vizcarra Ozuna
En su discurso de toma de posesión, Andrés Manuel López Obrador, reiteró la idea de que la construcción del Tren Maya y el corredor transístmico que agilizaría el flujo comercial y de transporte de mercancías de la región Asia-Pacífico a la costa este de los Estados Unidos, serán parte de lo que ha dado en llamar “cortinas” de desarrollo que posibiliten el arraigo de los habitantes del sureste mexicano y ofrezcan oportunidades de empleo a los migrantes centroamericanos que huyen del infierno de hambre, violencia y narcotráfico que la política económica neoliberal ha creado en Centroamérica.
La imagen de “cortina de desarrollo” la plantea como alternativa a la construcción de muros que repriman la emigración. Soportado en este concepto, reafirmó lo que sostuvo en su campaña electoral: la necesidad de que los acuerdos con los Estados Unidos y Canadá, trasciendan los alcances comerciales y proyecten una política de inversión, tipo Alianza para el Progreso, diseñada por el presidente Kennedy a principios de los años sesenta, para habilitar las capacidades económicas de la abandonada región centroamericana.
Previo a su toma de posesión, como candidato electo, ofreció al gobierno de Donald Trump cooperar en la creación de un fondo para el desarrollo de Centroamérica en el que México, los Estados Unidos y los países centroamericanos aporten recursos de acuerdo a las posibilidades económicas de cada país y con ello impulsar el empleo y así evitar el flujo migratorio hacia los Estados Unidos.
La intención es correcta, si se sostiene el principio de que los posibles montos de inversión se orienten preferencialmente hacia obras de infraestructura de transporte, gestión de agua y producción de energía y no solo proyectos de mano de obra intensiva orientados a la creación de empleos temporales. Darle prioridad a grandes obras de infraestructura, garantiza empleos emergentes en la construcción de dichas obras y al mismo tiempo establece la plataforma que hace posible los empleos permanentes.
México atraviesa por una situación política singular. En los últimos treinta y cinco años, la nación no había contado con un presidente de la república que gozara de un respaldo popular tan amplio. El país tiene ahora una institución presidencial vigorosa que fortalece las capacidades soberanas para incidir en los acuerdos internacionales que favorezcan el desarrollo nacional. Está abierta la ventana para que México juegue un papel estratégico, no solo en el contexto de la relación bilateral con los Estados Unidos, sino con otras naciones, especialmente China, que con su Iniciativa internacional de la Franaja y la Ruta, está creando un nuevo paradigma de desarrollo que camina en contra de las políticas de saqueo económico, especulación financiera, limitación de la soberanía y guerras de cambio de régimen.
Además de la “cortina de desarrollo del sureste”, es imprescindible construir la cortina de desarrollo del pacífico mexicano, con el Plan Hidráulico del Noroeste, para gestionar la regulación y control, -con un sistema de presas y túneles, desde la parte media de Nayarit hasta el sur de Sonora- de más de 10 mil millones de metros cúbicos de agua que anualmente los ríos del norte de Nayarit y sur de Sinaloa retornan al mar. Volúmenes de agua que permitirían ampliar la frontera agrícola en Nayarit, Sinaloa y sur de Sonora en cerca de un millón de hectáreas nuevas.
Las necesidades y apremios del sureste mexicano son indiscutibles, pero también lo es el hecho de que proyectos como el PLHINO pasaron a los archivos del olvido en el universo de los criterios neoliberales que terminaron por subestimar la importancia de ampliar la frontera agrícola en razón del absurdo de que era más barato importar los granos básicos que producirlos nacionalmente.
La realidad terminó por sobre ponerse a esos dogmas monetaristas y ahora es evidente que requerimos producir muchos, pero muchos alimentos. No solo bajo esquemas de autoconsumo, sino potenciando las regiones del país que tienen la capacidad instalada, la experiencia tecnológica y la vocación productiva, para que con obras de infraestructura como el PLHINO, se incremente sustantivamente la producción de granos básicos y contribuir así al cometido que el nuevo gobierno se ha fijado de reducir la dependencia en la importación de trigo, maíz, fríjol y arroz.

