Las continuas respuestas del “No me voy a ir y háganle como quieran” de la inquilina incómoda de la casa de Ana en Hermosillo, le rondaban en la cabeza una y otra vez pese al paso de los años
Los suplicios de Ana (II)
Omar Alí López
Las continuas respuestas del “No me voy a ir y háganle como quieran” de la inquilina incómoda de la casa de Ana en Hermosillo, le rondaban en la cabeza una y otra vez pese al paso de los años.
Nuevamente se encontró en un callejón sin salida. Interponer un juicio por despojo sería la respuesta a tanto suplicio y preocupación, pero al final sería como cambiarlas de escenario porque tendría que regresar a Hermosillo para presentar la querella.
La justicia en estos casos –y otros– no es precisamente expedita en nuestro país, y la mala fama del sistema judicial en cuanto al tiempo de respuesta, amén de las defensas mañosas socorridas por quienes invaden casas, no le aseguraban a Ana que pudiera resolverse el asunto a la brevedad.
Entonces hubo una luz de esperanza. Los ex vecinos le reportaron a Ana que se estaban mudando los moradores de su antigua casa. Ella se emocionó, creyó que al fin había resultado la insistencia de pedirles la casa; pero no, no le duró mucho la esperanza. Se fue parte de la familia y en la casa se quedó un pariente de la sobrina.
Ana tuvo la creencia de que esa persona sería más razonable y envío emisarios para entrevistarlo y rogarle dejara una casa que no era de su propiedad. La respuesta fue más virulenta que la de la sobrina: “¡Esta es mi casa y por mis hue…s nadie me va a sacar!”
Ana cayó en depresión al saber el mensaje del invasor.
Tenía las escrituras que le garantizaban la propiedad de una casa que había pagado con mucho esfuerzo durante años; pero no tenía la posesión. Tampoco podía obtener ganancias con su inversión y mucho menos pensar en regresar a Hermosillo algún día. Los suplicios le destrozaban los sueños.
Las preguntas existenciales llegaron a su cabeza: ¿Por qué tiene que ser así la gente? ¿Por qué intentar adueñarse de esa manera de algo que no es tuyo? ¿Por qué la justicia tiene que ser tan lenta en sus procedimientos? ¿Por qué la Policía no interviene y simplemente le pide abandonar la casa si no es el dueño? ¿Por qué los diputados no promueven iniciativas de leyes que resuelvan de una vez por todas este tipo de situaciones? ¿Por qué no tomar decisiones ejecutivas respecto a las casas abandonadas por sus dueños? ¿Por qué nadie le ha dicho a esta persona que López Obrador ya ganó y que todo debe cambiar… (Ajá)?
Por azares del destino, Ana se enteró de las acciones que el comité vecinal de la colonia estaba realizando en contra de vecinos non gratos. Supo que ya habían procedido contra un vecino que invadía una casa y tenía asustadas a las niñas, tanto que nadie dejaba salir a jugar a los niños después de las 8 de la noche, cuando él llegaba. Y también había logrado sacar a otros invasores de una casa que era utilizada para vender drogas.
Los vecinos estaban decididos a rescatar su colonia de las garras de la delincuencia, lo que fue una sorpresa para ella; jamás imaginó que la imagen de su antigua colonia, ejemplo nacional de convivencia en 1978, se hubiera degradado tanto.
Ana le pidió ayuda al comité y éste le pidió los documentos que la acreditaban como la verdadera dueña del inmueble. Después de corroborar la legalidad de los documentos, los vecinos se organizaron para restituirle los derechos a la verdadera dueña.
Así, un día cualquiera, los vecinos le impidieron al invasor ingresar a la casa que invadía, y mientras éste gritaba: “¡solo con la orden de un juez me pueden sacar!”, los integrantes del comité sellaban la casa por todos lados sin traspasarla mientras le decían: “Nadie te está sacando”.
Se organizaron rondines de vigilancia para evitar que el invasor ingresara de nuevo a la casa –intentó hacerlo en tres ocasiones–, y al final se logró el objetivo.
Los suplicios de Ana terminaron al recibir de nuevo su casa gracias a la unidad de los vecinos.
¿Vamos a seguir esperando al 1 de diciembre, entonces?