Después de que por más de tres décadas, el papel de Estado en la economía de México se fue desdibujando y las facultades de la institución presidencial se diluyeron, es una buena noticia que el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, aclare –en el contexto de la cancelación del NAIM- que él no es un florero
Por Alberto Vizcarra Ozuna
Después de que por más de tres décadas, el papel de Estado en la economía de México se fue desdibujando y las facultades de la institución presidencial se diluyeron, es una buena noticia que el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, aclare –en el contexto de la cancelación del NAIM- que él no es un florero. Y vaya que las presidencias de Fox y Calderón, además de ser floreros, fueron alfombras del reducido círculo de intereses económicos y financieros que incrementaron exponencialmente sus fortunas en los últimos veinte años. Se ganaron el remoquete de “los ricos del TLCAN”.
Indudablemente, la figura emblemática de este círculo, es Carlos Slim, aunque se agrupan también Bailleres, Larrea, Claudio X González, los Ramírez y otros de esa condición, quienes multiplicaron sus fortunas al calor de los presumidos logros macroeconómicos que no se reflejaron en el bolsillo de la mayoría de los mexicanos, pero sí abultaron desmesuradamente los bolsillos de esta elite que se cree la dueña de México.
Consolidaron tanto poder que en las administraciones de Fox y Calderón, despacharon desde la Secretaria de Hacienda y tuvieron en sus manos todo el control de las inversiones y también el andamiaje de la seguridad nacional. Han operado como una extensión de los intereses económicos y geopolíticos del establishment liberal angloamericano.
Funcionan como el punto de apoyo para que México continúe incondicionalmente atado al desventurado ferrocarril del TLCAN, ahora conocido como Tratado México-Estados Unidos-Canadá. Defienden con uñas y dientes este modelo económico que los mandó a la farándula de Forbes, sin importarles que al mismo tiempo haya enviado a la pobreza a más de sesenta millones de mexicanos. Actúan como grupo de choque en contra de todo lo que posibilite que el país rompa con estas ataduras.
Su criterio primario es la ganancia monetaria, no tienen aprecio por el desarrollo económico del país. De ahí su marcada discrecionalidad en los negocios. Pusieron el grito en el cielo por la cancelación del Aeropuerto de Texcoco, cuando fueron la caja de resonancia de los empeños del gobierno de Barack Obama para sabotear la construcción del tren México-Querétaro, que el gobierno de Peña Nieto había convenido con China.
La ofensiva para romper el acuerdo con China, fue brutal. Se querían asegurar de que por ningún motivo México se vincule a la locomotora mundial que actualmente representa el crecimiento de la nación asiática. El despliegue contra el gobierno de México cobró espacios en los titulares de la prensa internacional controlada por los centros financieros de Londres y Nueva York. Abortaron así la construcción del tren México-Querétaro y afectaron con ello el potencial de la principal zona industrial del país, concentrada en la Ciudad de México, Querétaro, Hidalgo y el Estado de México. Una región que anualmente produce el 13 por ciento del PIB nacional.
Que el presidente electo, se haya sobrepuesto a las presiones de este aparato en el frente de la construcción del nuevo aeropuerto, le ofrece la oportunidad para que la fuerza popular de su presidencia se traduzca en acciones que le permitan a su gobierno cambiar la relación con los Estados Unidos para que no se limite a los esquemas comerciales prevalecientes. Se requiere la proyección de grandes acuerdos de gobierno a gobierno, no solo con Norteamérica, sino también con China y otros países, orientada a la inversión en infraestructura relacionada con el transporte, la gestión de más agua y energía.