Alberto Vizcarra Osuna Al afamado hombre de negocios y próximo jefe de gabinete del gobierno lopezobradorista, que iniciará el primero de diciembre
Alberto Vizcarra Osuna
Al afamado hombre de negocios y próximo jefe de gabinete del gobierno lopezobradorista, que iniciará el primero de diciembre de este año, Alfonso Romo Garza, no lo sorprenden con la típica paradoja sobre el origen de la vida. Si le preguntan ¿quién fue primero, el huevo o la gallina?, con agilidad responde: ¡el dinero!; y tiene sus motivos para decirlo, pues sus hazañas en el azaroso mundo de los negocios lo presentan como el típico comerciante voraz que sabe encontrar el momento oportuno para comprar barato y luego vender muy caro. No presume ser productor de muchas cosas, pero si de haber adquirido Cigarrera la Moderna de Monterrey, en 85 millones de dólares para después venderla en 1700 millones de dólares.
Los grandes negocios de Romo se dieron a la sombra de los gobiernos de Carlos Salinas de Gortari y de Vicente Fox, con quienes se jacta de haber tenido estrecha relación. No es medido en sus presunciones, y en cada una de sus entrevistas -que no han sido pocas en estos días- se implica como una de las personas frecuentemente consultada por estos gobernantes. Llega a decir que estuvo involucrado en el diseño de la política de empleos del gobierno de Fox, que alcanzó triste fama porque se proponía que cada mexicano tuviera un changarro.
Pero Romo, nunca ha pertenecido al mundo de los changarros, él vive en el universo ficticio del mundo financiero. Cabeza del grupo Plenus, donde utiliza inversiones en diversos frentes para apalancar sus conocidas actividades especulativas desde el comando de la Casa de Bolsa Véctor. El próximo coordinador del gabinete presidencial, no pertenece a la generación pro industrial que constituyó el famoso Grupo Monterrey, ni tampoco heredó la vocación a favor de la industrialización del país que en épocas pasadas caracterizó a ese grupo. Quién ahora se presume con sarcasmo como “converso de la mafia del poder”, más bien es un producto bien condensado de los últimos treinta años de la política económica neoliberal que ha gobernado al país.
Con la victoria electoral de López Obrador, Romo ha hecho de su “conversión” una poderosa fuente de energía. Se muestra irrefrenable y está tomando todos los espacios para explicar lo que a su decir sería la política pública del nuevo gobierno en materia económica. Su lances retóricos no conocen de prudencia, en momentos se hace aparecer como el vicepresidente y no le importa que se piense que será el mandón del próximo sexenio. Apresurado se ha dado a la tarea de quitarle la intensidad a los cambios profundos planteados por el presidente electo durante sus doce años de campaña electoral. Todo lo atenúa, lo corrige y lo tuerce. Seremos maduros dice, y daremos certidumbre. “No estamos para hacer cambios drásticos”. Luego remata, sin temor a presentarse como el gran controlador del presidente electo: “relájense no va intentar (López Obrador) algo demasiado loco”.
Insistentemente, quien de facto opera como el coordinador del equipo económico de transición, se encarga de reiterar en toda aparición pública, que los parámetros macroeconómicos que han gobernado al país durante los últimos treinta años y le han impedido el crecimiento económico, permanecerán intocados. No le importa echar vino viejo en vasijas nuevas; piensa que se puede aprovechar de la euforia del triunfo electoral, para volver a imponer las viejas tesis del neoliberalismo económico: el Estado reducido a la función de combatir la corrupción y la inseguridad; mientras que la economía nacional sigue en manos de lo que dispongan las fuerzas ciegas de los mercados internacionales.
Alfonso Romo, es la combinación perfecta de arrogancia y pragmatismo. El hombre enviado por el olimpo financiero, portando en sus manos el aval de más de 400 fondos de inversión dispuestos a apoyar al gobierno de López Obador, siempre y cuando México continúe atado a las políticas macroeconómicas que le permite a estos buitres quedarse con la tajada del león sin recibir una sola acusación de corruptos. Porque para gentes como Romo, la corrupción está en los políticos y no en las conductas especulativas y criminales de los sacrosantos mercados financieros.
Cuando Romo habla de los mercados, lo hace como si se refiriera a los dioses del olimpo. Los define como altamente sensibles, por no decir irascibles. “El sector financiero es muy sensible y no nos podemos dar el lujo de crear desconfianza”. Sin distinguir si hace una amenaza o una descripción, dice que los mercados son más poderosos que los partidos políticos y subraya que esto lo sabe Andrés Manuel López Obrador.
Bien leídas la palabras del casa bolsero Alfonso Romo, se debe de entender que para él, los mercados son más poderosos que la voluntad de cambio de los más de treinta millones de mexicanos que se expresaron en las urnas en contra de una política económica que bajo el yugo de estos mercados empujó al país a la pobreza, al desempleo y a la angustiosa situación creada por los ejércitos privados del narcotráfico internacional.
El pecado de los dioses y de sus mandaderos como Romo, es la soberbia. El impulso de masas expresado el primero de julio pasado no se va diluir en una terapia de desahogo. La perseverancia de Andrés Manuel le abrió la puerta a la participación del pueblo y los poderosos mercados financieros no la van a poder cerrar.