Pocas cosas resultan tan interesantes como descubrirnos a nosotros mismos, saber reconocer nuestras cualidades, qué predomina en nuestra mente, ser ho
Pocas cosas resultan tan interesantes como descubrirnos a nosotros mismos, saber reconocer nuestras cualidades, qué predomina en nuestra mente, ser honestos y sinceros y poder decirnos, sin sentirnos culpables: he sentido envidia, he sido egoísta, me siento inseguro, tengo miedo, no debí haber hecho esto, soy arrogante, no tengo paciencia… A veces no somos capaces de ver en nosotros cosas que quizás con mayor facilidad vemos y criticamos en los demás.
Pero el reconocernos con virtudes y defectos nos da la posibilidad de ampliar nuestro panorama, de crecer, de corregirnos de ser necesario, y tener muchos no nos hace menos, simplemente nos hace humanos, nos ubica como seres en proceso de evolución, aprendiendo a mirarse internamente y reconocer toda la luz que somos y también esa oscuridad que es igual de propia.
El que alguien nos despierte una reacción con alguna cualidad o con una simple palabra, es una alerta de hacia donde debemos dirigir nuestra observación. Lo que con facilidad nos mueve, es lo que nos hace vibrar, bien sea por afinidad o por rechazo. Cuando admiramos algo en alguien y podemos apreciarlo, es porque eso que vemos también está en nosotros, de igual manera, cuando podemos detectar los defectos en el otro, algo de ello debemos trabajar a nivel interior.
Por lo general cuando recordamos a alguien, positivo o negativo, casi en la totalidad de los casos si cerras los ojos y te imaginas frente a un espejo, podríamos decirnos a nosotros mismos esas mismas palabras que le dirigimos a esa persona. Porque vemos a los demás desde lo que somos.
“Conversar” con nuestra oscuridad, reconocerla, la trae a la luz, la expone y desde allí podemos aceptarla y trabajarla para sentirnos mejores con nosotros mismos, buscando nuestra mejor versión y con la mayor paciencia, respeto y amor… Porque nuestra oscuridad no está allí de manera casual, forma parte de nuestras vidas como consecuencia de muchas cosas: experiencias, decepciones, traumas, ausencias, rechazos y sanando las heridas dejamos atrás la oscuridad.
Dediquémonos tiempo para nosotros mismos, para entendernos, para calmar nuestros temores. A veces debemos vernos como con un doble rol donde somos unos pequeños y a la vez sus cuidadores, esos pequeños necesitan aceptación, respeto y sobre todo mucho amor y protección. Hacerle saber a ese pequeño que llevamos dentro que no lo juzgamos, que nos sentimos orgullosos, que entre “los dos” se puede afrontar y vencer cualquier cosa, nos ayuda a sanar y a llenar nuestra vida de la luz, el amor y la paz que tanto necesitamos y muchas veces no sabemos dónde encontrar.
Tomado de: Sara Espejo/Rincón del Tibet.com