Dicen que las mujeres tienen la “manía” de mover las cosas de lugar. Los hombres se quejan de que no consiguen sus cosas. Que un día cambian los muebl
Dicen que las mujeres tienen la “manía” de mover las cosas de lugar. Los hombres se quejan de que no consiguen sus cosas. Que un día cambian los muebles, los adornos, los cuadros, que de pronto todo luce distinto, como si el hogar se hubiera transformado. Pero pocos entienden la verdadera importancia de ese gesto.
Cuando una mujer decide reorganizar su casa, no lo hace solo por estética, lo hace porque siente que algo necesita renovarse. Porque los espacios, al igual que las personas, acumulan energía y con el tiempo pueden volverse densos, apagados o simplemente vacíos.
Mover un sofá, girar una lámpara o cambiar el color de una pared no es un simple capricho: es una forma de sanar el ambiente y de renovar su propia mente. La ciencia del color y la ergonomía lo explican bien:
los colores claros amplían la percepción del espacio, la luz transforma la sensación de tamaño y calidez y la disposición de los objetos cambia la manera en que nos movemos, nos concentramos o descansamos.
Un espacio oscuro, sin tránsito, puede sentirse enorme pero vacío, sin vida ni energía. Basta mover una planta hacia la ventana o dejar pasar la luz para que ese rincón cobre alma otra vez.
Porque las casas también tienen vida propia y sienten cuando algo se estanca. Reorganizar no es solo limpiar o decorar: es darle respiración al hogar, permitir que la energía vuelva a fluir,
abrir espacio para lo nuevo. Así que no, no es una manía.
Es un instinto sabio, intuitivo y profundamente femenino: el de renovar lo que se ama. De transformar el entorno para que acompañe los nuevos estados del alma.
Porque cuando una mujer mueve cosas de lugar, también está moviendo su mundo interior.
