Desde niños, nos sentamos frente a un pupitre. Esa palabra, que parece tan inocente, se convierte en el primer símbolo del adiestramiento mental de
Desde niños, nos sentamos frente a un pupitre.
Esa palabra, que parece tan inocente, se convierte en el primer símbolo del adiestramiento mental del ser humano.
El pupitre no es solo una mesa: es el trono del ego naciente,
el lugar donde la razón empieza a dominar al corazón.
Ahí empieza la transformación del humano en persona.
En el pupitre aprendemos a:
Levantar la mano para hablar.
Esperar permiso para pensar.
Repetir ideas de otros.
Competir para ser “el mejor”. El pupitre es el laboratorio de la obediencia.
Ahí el sistema siembra el virus de la comparación, de la culpa, de la jerarquía.
Ahí el niño, que antes miraba el cielo y hablaba con los árboles, empieza a mirar al tablero y a repetir lo que dicen los mayores. Ahí nace “la persona”, y empieza a morir “el humano”.
Pero el corazón nunca se olvida.
Recordar quién soy antes del nombre, antes del sistema, antes del miedo.
El nuevo sistema es interno: no está en una escuela, está en el pecho.
Ahí uno estudia el alma, no los libros. Ahí uno aprende a pensar con el corazón.
Nos entrenaron frente a pupitres de madera para aprender la razón,
pero la verdadera escuela está dentro: el corazón es el camino del alma.
Tomado de la red.