Cuando mi esposo llamó después del trabajo para decirme que iba camino al campo, ya estábamos en nuestro último turno al bate. Le dije que probablemen
Cuando mi esposo llamó después del trabajo para decirme que iba camino al campo, ya estábamos en nuestro último turno al bate. Le dije que probablemente no llegaría a tiempo y que estaba bien si iba directo a casa. Después de todo, el juego estaba al otro lado de la ciudad, veinte minutos más allá de nuestra casa.
Pero él respondió: “De todas formas voy. Aunque solo los vea en el estacionamiento, quiero que los niños sepan que lo intenté.” Llegó justo cuando el último bateador corría por las bases. Nuestros hijos ya estaban recogiendo sus guantes.
Ojalá pudiera decir que sus caras se iluminaron al verlo, pero uno murmuró: “Llegaste tarde”, y el otro solo lo miró, confundido.
Pude ver la punzada en sus ojos. Tomó la silla en la que nunca se sentó, recogió la mayoría de nuestras cosas y caminó junto a nosotros hacia el auto.
Sabía que estaba decepcionado, y que los niños también lo estaban. Pero mientras caminábamos juntos, noté algo más valioso: una lección silenciosa que empezaba a echar raíces. Su esfuerzo, aun llegando tarde, hablaba de amor más fuerte que las palabras.
Un día, nuestros hijos lo entenderán. Que estar presente importa.
Incluso cuando estás ocupado. Incluso cuando vas con retraso. Incluso cuando lo único que puedes hacer es cargar las bolsas.
Sigue importando. Porque al final, no se trata de cuántas jugadas alcanzas a ver, sino de elegir estar ahí. De elegir a tu gente.
Puede que olviden que llegamos por separado.
Pero siempre recordarán que nos fuimos juntos, como un equipo.
Crédito al autor original.
