Un cachorro de león se separó de su manada y se perdió en la selva. Caminó por horas hasta que se desmayó del cansancio. Cuando despertó, estaba rodea
Un cachorro de león se separó de su manada y se perdió en la selva. Caminó por horas hasta que se desmayó del cansancio. Cuando despertó, estaba rodeado de ovejas. Lo miraban con curiosidad. Pero por alguna razón no lo rechazaron. Una de ellas se acercó y lo amamantó. Así los demás lo aceptaron como uno más del rebaño. Con el tiempo, empezó a imitarlas. Balar como ellas. Correr como ellas. Asustarse de lo mismo. Y los años pasaron.
El cachorro se volvió un león grande. Fuerte. Imponente. Con garras. Con melena. Con mirada salvaje. Pero no lo sabía. Él seguía pastando. Seguía huyendo. Seguía balando. Él realmente creía que era una oveja.
Un día, mientras pastaban, algo los hizo correr. Era un león. Grande. Viejo. Majestuoso. El rebaño huyó despavorido. Y él también. Corrió. Corrió como siempre lo había hecho. Temblando. Asustado. Convencido de que estaba en peligro. El león viejo lo vio correr. Se quedó quieto, desconcertado. —¿Por qué huye? —pensó—. ¿Y por qué lo hace con las ovejas?
Sin entenderlo, comenzó a seguirlo. El león joven corría con desesperación. Mientras el viejo lo hacía sin apurarse. Hasta que el más joven se topó con un río. El agua le bloqueaba el paso. No había por dónde seguir. Jadeaba. Las patas le temblaban. Y entonces, el león viejo se le acercó. Despacio. Sin apartarle la mirada. —¿Qué te pasa? —le dijo, sin levantar la voz. —¿Por qué corres?
—¿Y qué hacías con esas ovejas?
El león más joven apenas podía hablar. Temblaba. Respiraba agitado. Con los ojos llenos de miedo.
—Por favor… no me hagas daño —dijo—. Yo, yo solo soy una oveja. El león viejo lo miró con sorpresa. —¿Una oveja? ¿Tú? ¿Estás loco? Se acercó un paso más. Le apuntó con la cabeza hacia el río. Mira. El león joven dudó. Pero obedeció. Y ahí estaba. El reflejo. Por primera vez se estaba viendo. Y No era una oveja. Era un león. Firme. Imponente. Con garras, melena y fuego en los ojos.
Por primera vez entendió que no era débil. No era manso. No era uno más del rebaño.
Era un rey. Y siempre lo había sido. Entonces levantó la cabeza, y cómo por instinto abrió la boca enormemente. Y emitió un gran rugido. Un rugido tan profundo que hizo temblar la tierra. Que sacudió el aire. Que hizo volar a las aves y estremecer a las montañas.
Y desde ese día nunca volvió a comportarse como una oveja. Porque por fin se reconoció como el imponente león que era. Hay gente que se pasa la vida haciendo lo que puede. Trabaja, paga cuentas, cuida a otros, se aguanta cosas.
No porque no tenga sueños, sino porque se le fueron quedando atrás. Porque no hubo tiempo. Porque nadie le enseñó a creer en sí mismo. Porque una vez lo intentó y no salió. Y uno se acostumbra. A lo que toca. A lo que hay. A hacerse a un lado. Y no es que no puedas más, es que ya ni lo intentas.
Te hiciste pequeño. Callado. Invisible. No porque seas menos sino porque te lo creíste. Pero basta. Tú no eres ninguna oveja. Tú eres un león. Un león que debe despertar. Que debe mirarse al espejo.
Que debe rugir. Que debe darse cuenta de todo lo que vale. De todo lo que ha hecho. De todo lo que ha logrado. Y de todo lo que todavía puede lograr. Porque siempre lo fuiste. Solo te habías olvidado. Y ya es hora de que lo recuerdes.
