Los datos duros que confirman el no crecimiento de la economía de México, durante los últimos tres años, ha propiciado que los apologistas del libre comercio y el neoliberalismo simulen una perplejidad
Por Alberto Vizcarra Ozuna

Los datos duros que confirman el no crecimiento de la economía de México, durante los últimos tres años, ha propiciado que los apologistas del libre comercio y el neoliberalismo simulen una perplejidad. Una forma de hacerse tontos. En cumplimiento a sus creencias y a sus intereses, eximen de toda culpa al modelo económico que nos ha regido desde mediados de los años ochenta. En un arrebato ideológico, le echan la culpa del estancamiento económico al actual gobierno, no obstante que López Obrador se mantiene ceñido a las políticas macroeconómicas neoliberales que por cerca de cuarenta años han sostenido al país con tasas mediocres de crecimiento económico. Hasta ahora se percatan, de lo que no habían reconocido en décadas, que la economía nacional no crece.
La perplejidad simulada de los panegiristas del neoliberalismo se sostiene en supuestos falsos, cuando exponen que pese al “gran crecimiento de la economía norteamericana”, la economía mexicana permanece estancada. Luego derivan que esto ocurre porque la actual administración no establece un clima de confianza, ni genera políticas públicas amigables para la inversión, propiciando así una especie de “desacoplamiento” entre el crecimiento del sector exportador y el nulo crecimiento del mercado interno. Cuando se defienden supuestos, la realidad no cuenta: hay evidencia empírica de que bajo los auspicios de la política económica prevaleciente, el país no ha crecido en términos reales desde 1982; el creciente de desempleo, pobreza y migración, podría ser el rostro más dramático de la estadística.
Omiten, los abogados del fracaso, que la esencia del TLCAN y del T-MEC, con su esquema maquilador, es precisamente “desacoplar” el sector exportador de la economía interna, como se ha puesto en evidencia durante todos estos años. Se presume una tasa creciente de las exportaciones de México a los Estados Unidos, volumen que en este año alcanzó los 495 mil millones de dólares, mientras importamos bienes por más de 505 mil millones de dólares.
Desde la firma del TLCAN, los incrementos en las exportaciones han tenido la constante de un déficit comercial, como resultado de una mayor importación que acusa la sostenida dependencia con el mercado norteamericano. Más si consideramos que en los miles de millones de dólares estimados como exportaciones de México a los Estados Unidos, un buen porcentaje de ellos, son producto de bienes ensamblados en la maquila, que no involucran al mercado interno. Son productos que se importan, se ensamblan en México y luego se exportan; mal llamadas “exportaciones manufactureras”. Lo único que le dejan al país en esa dinámica maquilera, son los salarios precarios que reciben los trabajadores mexicanos. Ese fue el diseño del tratado comercial, lo cual lo hace intrínsecamente opuesto a la industrialización y al crecimiento económico de México.
Pedirle crecimiento del mercado interno a este esquema, es pedirle peras al olmo. El mayor daño del diseño maquilador es que forzó a México a poner todos los huevos en una sola canasta: apostarle al sector externo y considerarlo factor de arrastre de la economía nacional. Con ello se sofocó el incipiente desarrollo industrial del país, se quebrantaron las cadenas productivas nacionales, se desprotegió la producción nacional de granos básicos, se canceló la banca de fomento y de créditos preferenciales para la actividad agroindustrial, se desestimaron los grandes proyectos de infraestructura orientados a la gestión de más agua, de transporte y de generación de energía. Se fortaleció el dogma de que el estado se retirara de la protección a un proceso de industrialización y que eso quedara solo en manos del mercado. Y ahora vemos que el libre mercado hizo de las suyas.
Se entiende a quienes califican al TLCAN como un modelo económico fracasado, pero más correcto es decir que ha sido exitoso en la medida que su propósito pernicioso fue abortar la industrialización de México y trastocar la planta industrial de los Estado Unidos, para solo beneficiar a una elite de corporativos supranacionales y sus estructuras bancarias privadas que intermedian el comercio mundial y las finanzas internacionales.
Dejen de culpar a López Obrador, para encubrir al modelo maquilador. Tampoco el presidente debería de estar esperando resultados positivos con su adherencia a un tratado comercial cuyo fracaso está fuera de toda controversia. Una verdadera transformación empieza con la exploración de nuevos acuerdos comerciales que se vinculen a la expansión del mercado interno y el establecimiento explícito de una estrategia industrializadora del país. El gobierno actual se sostiene alejado de eso y concentrado en dos o tres proyectos que, siendo importantes, caminan como ruedas sueltas y desarticulados.

