El martes 3 de noviembre por la noche, el noticiero de Ciro Gómez Leyva, apoyado en información en tiempo real proporcionada por el New York Times, documentaba que de los ocho estados que restaban por contabilizarse, en todos llevaba ventaja absoluta Trump, y luego el conductor de Imagen Noticias, pone sobre la pantalla los datos del eventual desenlace en votos electorales: 209 Biden y 274 Trump
Por Alberto Vizcarra Ozuna

El martes 3 de noviembre por la noche, el noticiero de Ciro Gómez Leyva, apoyado en información en tiempo real proporcionada por el New York Times, documentaba que de los ocho estados que restaban por contabilizarse, en todos llevaba ventaja absoluta Trump, y luego el conductor de Imagen Noticias, pone sobre la pantalla los datos del eventual desenlace en votos electorales: 209 Biden y 274 Trump. Eran las horas en que ya se reconocía que el candidato demócrata no podría revertir las tendencias. Esa misma noche en Washington, el templete colocado por el Partido Demócrata para celebrar el triunfo, lucía desolado y triste. La estampa típica de la derrota electoral.
Cuando estas tendencias eran francas, el conteo se detuvo en algunos de esos ocho estados, como Michigan, Wisconsin y Pensilvania, usando incidentes extraños, como en el caso de Georgia, donde la interrupción del conteo se justificó por “un corte de agua”. El procedimiento de suspender el conteo ha resultado lugar común para la realización de fraudes electorales, en muchas partes del mundo. En México lo conocemos bien. El alentamiento de los resultados mientras se procura como inventar más votos en los distritos electorales.
La anomalía es que en estos estados, donde Trump, todavía en la parte final del conteo mantenía la ventaja, empezaron a contabilizarse “boletas sorpresa” dándole un vuelco inexplicable a los resultados para favorecer a Biden. Hubo casos como el del estado de Michigan, en el que en un solo instante se contabilizaron 200 mil votos secuenciados a favor del demócrata. Algo infrecuente en una elección competida. Al momento, el jefe de campaña de Trump, está señalando irregularidades en varios condados de Wisconsin que generan serias dudas sobre la validez de los resultado y solicitará el recuento de votos.
Todo el proceso está ya en la vía de la judicialización y serán semanas de extrema tensión política para los Estados Unidos y para un mundo abatido por una crisis económica sistémica que ha venido a profundizarse con la pandemia y la hambruna que cobra vidas por millones de seres humanos en África y en los países del tercer mundo.
Lo que resulta inocultable es que Joe Biden es un hombre que entregó su vida al establishment liberal y que en eso fincó el éxito de su carrera política. Una sujeto dócil al consenso de Washington y a los intereses financieros de Wall Street. El típico burócrata de la política que se despersonaliza y sin condicionante alguna le sirve al orden establecido con una lealtad criminal. Durante toda la campaña electoral los corporativos mediáticos privados, soportes e instrumentos del llamado estado profundo de los Estados Unidos se volcaron a su favor. El mismo aparato que se denuncia en el extraordinario film de Oliver Stone (JFK), identificado como el Complejo Militar-Industrial, que orquestó el encubrimiento del asesinato del presidente Kennedy y de otros líderes como Malcom X, Luther King y Robert Kennedy.
Es el mismo establishment que desprecia a Trump, lo ve como un potencial transgresor de su orden y de sus políticas. Un descortés ante la pulcritud liberal que con un lenguaje políticamente correcto ha mantenido al mundo en una especie de guerra perpetua en los últimos cincuenta años. Detestan a Trump porque su discurso, aún siendo zigzagueante, no deja de señalar al “pantano de Washington” y a los intereses financieros de Wall Street como los instrumentadores del desmantelamiento industrial de los Estados Unidos y promotores del Green Deal (Acuerdo Verde) con el que pretenden, bajo falacias ecologistas, desindustrializar al planeta, despoblarlo y profundizar el apartheid tecnológico.
Este es el pecado de Trump, la desmesura de un mortal que desafía la arrogancia de los “dioses del olimpo” quienes permanecen en el afán incesante e inútil de restaurarse.

